Concluyen que las víctimas del crimen de Arbo no pudieron defenderse

Alfredo López Penide
L. Penide PONTEVEDRA / LA VOZ

VIGO

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Los forenses expusieron su conclusión en el juicio

19 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Ni Beatriz, ni su novio Sergio tuvieron posibilidad alguna de defensa cuando les dispararon prácticamente a quemarropa en la madrugada del 3 de julio de hace dos años en Arbo. Esta fue una de las conclusiones que expusieron ayer los forenses en el juicio que se está desarrollando desde el pasado lunes en la Audiencia Provincial de Pontevedra.

Los exámenes del lugar del crimen, de las circunstancias que lo rodearon y de la posición de los cuerpos, les permite aventurar que Beatriz fue la primera en morir de un disparo en la cabeza. Su verdugo se encontraba a un distancia no superior a un metro y medio del coche en cuyo interior se encontraba la pareja.

Sergio intentó salir del coche por una de las puertas delanteras, pero no consiguió huir. Su asesino tuvo la sangre fría de apoyar el cañón de una escopeta sobre su cuello y apretar el gatillo. Horas después, los cadáveres de ambos jóvenes eran encontrados.

A partir de ese momento, lo que hasta entonces había sido una investigación por desaparición se convirtió en una investigación por un doble asesinato. Como suele ser habitual en estos casos, la Guardia Civil comenzó a interrogar al círculo más íntimo de las víctimas, esto es, sus familiares, allegados y amigos.

Entre estos se encontraba Arturo Domínguez, para quien el fiscal solicita una pena de 46 años de prisión. Según explicaron ayer los guardias civiles que llevaron el caso, inicialmente le tomaron declaración como testigo, pero, al comprobar «la actitud obsesiva y de control» hacia Beatriz, pararon el interrogatorio y decidieron que debía estar acompañado por un abocado como imputado en relación con los crímenes,

Además, pronto encontraron algunas contradicciones en su testimonio -un cabo relató que, mientras la pareja estaba considerada como desaparecida, le dijo que llevaba dos o tres días sin ver a Beatriz, mientras que los testigos y él mismo posteriormente reconocieron que la había visto esa misma noche-, lo que se sumó a su actitud. De hecho, se negó a ceder voluntariamente las escopetas para que fueran analizadas y rechazó, en un primer momento, someterse a la prueba de parafina, la que detecta restos de pólvora.