El colegio Picacho tendrá otra entrada para no ver a los usuarios del albergue

María Jesús Fuente Decimavilla
maría jesús fuente VIGO / LA VOZ

VIGO

MARCOS CANOSA

El Concello evita una protesta de los padres con un compromiso «in extremis»

22 jun 2017 . Actualizado a las 13:21 h.

El colegio Ramón y Cajal, conocido popularmente como Picacho, tendrá otra puerta de entrada distinta a la actual para evitar que los alumnos vean el trasiego que se produce en el albergue municipal de personas sin techo y las actuaciones policiales. Sin duda, ensombrecen su prestigio, ganado a pulso.

Justo media hora antes de celebrarse una protesta simbólica en la Praza do Rei por parte de los padres, los representes de la ANPA fueron recibidos en el Concello para tratar su reclamación. En el encuentro, al que asistieron la concejala de Política Social, Isaura Abelairas, el de Gestión Municipal, Javier Pardo, representantes del albergue y el jefe de la Policía Local, los responsables municipales se comprometieron a ponerse manos a la obra de forma inmediata para solucionar el problema.

«La situación había ido empeorando mucho desde la apertura de la sala de ocio en el albergue en marzo. Inicialmente la idea era que tuvieran un sitio donde estar, pero se convirtió en un punto de encuentro de traficantes y consumidores, en un callejón sin salida de venta de droga. Desde la verja del colegio escuchamos cómo ofrecen droga por veinte euros. Hay coches aparcados en los que se mantienen relaciones sexuales o se pinchan», explica la presidenta de la ANPA, Vanesa Oria.

Todo esto se produce al lado de la entrada actual del colegio, igual que las frecuentes actuaciones policiales para identificar a algunos supuestos vendedores, que muchas veces se llevan esposados.

«Los escolares más pequeños, de tres años, se quedan sorprendidos al ver a la policía y te preguntan: ‘¿Qué hacen?'. Los mayores dicen: ‘¿Qué hacen dentro del coche?, ¿por qué se los llevan?’», comenta la presidenta.

Los padres han insistido varias veces en que se le dé otra vuelta a la sala de ocio, a la que no solo acceden los usuarios del albergue, sino también otras personas ajenas. Su actividad, dicen, no solo es nociva para los niños, sino también para algunas de las personas mayores que acuden al aula de adultos existente en el mismos centro. «Hay alumnos que han dejado el mundo de las drogas y no se les puede tentar en la puerta», añade Oria.

Los padres no pretenden que se deje de prestar un servicio a las personas que lo requieran. Otra cosa, dicen, es que esté produciendo el efecto contrario, tanto a los usuarios como al entorno.

La representante de la ANPA confiesa que, a diferencia de otras veces, esta vez la reunión le ha dado buenas sensaciones y confía en que se lleve adelante antes del próximo curso. Es lo mismo que espera la directora del Ramón y Cajal, Magdalena Miguéns. Comenta que no solo se trata del cambio de acceso, sino de la mejora del entorno, en la actualidad muy descuidado. «Pedimos limpieza, luz, entorno en general, una actuación con los usuarios del albergue, que se haga una unidad de calle para que no estén todo el día sentados en la puerta. La policía es necesaria porque hay un riesgo y da sensación de seguridad. Nos hemos sentido muy amenazados, pero no debe formar parte de la rutina diaria de los niños. Con el cambio de acceso evitamos que sean testigos. El fin último es poder estar sin la policía. También se estudia otra opción para el acceso al albergue, pero esto ya es cosa de los técnicos», concluye.