La «herba de namorar», vestigio de cuando las Cíes tenían otro clima

Antón lois AMIGOS DA TERRA VIGO@TIERRA.ORG

VIGO

Habría que bajar cientos de kilómetros al sur de Lisboa para encontrar las herbas de namorar.
Habría que bajar cientos de kilómetros al sur de Lisboa para encontrar las herbas de namorar. a. l.< / span>

Esta planta, que vive en las dunas, no existe en ningún otro lugar de Galicia

22 mar 2015 . Actualizado a las 04:00 h.

Lo contábamos hace una semana hablando de Cíes y justo anteayer la prestigiosa revista científica Science publica un artículo alertando precisamente sobre eso, que el cambio climático amenaza gravemente espacios naturales que son patrimonio de la humanidad. Pues en vista de que la ciencia acaba de clavar el diagnóstico apuntado, vale la pena contar otras cosas relevantes de nuestras últimamente tan políticamente disputadas islas.

En Cíes tenemos, entre otros muchos, dos lujos destacables. Uno son las chicas del área de uso público (los chicos también, claro) que hacen las visitas guiadas. Deducirán que son amigas, y lo son, pero eso es irrelevante. Una vez caminada prácticamente toda la red de parques nacionales tenemos elementos de juicio objetivos para comparar y afirmar que son excepcionales. Ojalá las valoren como se merecen, en todos los sentidos. Si visitan las islas ellas les mostrarán a otra buena amiga, que es la protagonista que quisiera presentarles hoy.

Es una planta, se llama armeria pungens, pero para bonito su nombre común: herba de namorar, concretamente namoradeira das praias, y es otro lujo, en realidad un tesoro. Intenten imaginar las condiciones ideales para una planta: tierra oscura rica en humus, temperaturas suaves, humedad constante y homogénea, equilibrio entre luz y sombra, riego adecuado (por supuesto con agua dulce).

Ahora vayamos al extremo contrario ¿Cuáles serían las peores condiciones posibles para que una planta sobreviva? Seguro que les suena conocida la sensación de pisar la arena de la playa en verano y quemarse los pies.

Pues justo ahí, en ese suelo ardiente en verano, gélido en invierno, sin una gota de agua durante meses, sin apenas alimento, soportando un viento constante y unos niveles de salinidad intolerables vive nuestra protagonista. Forma pequeñas matas a ras de suelo, con hojas verdes puntiagudas muy compactas para abrigarse y conservar la humedad de las que sobresalen unos tallos largos, de unos cincuenta centímetros en los que brotan sus pequeñas flores, que parecen únicas, pero en realidad son un racimo de decenas de florecillas blancas y rosadas. ¿Y qué tiene de especial? Pues que nuestra amiga no solo es única, sino que representa una reliquia; es un recuerdo vivo de cuando el clima era diferente y resultaba abundante en nuestro entorno, hace miles de años. Gradualmente sus compañeras desaparecieron o se fueron desplazando, y aquí se quedó un grupito, poco más de un centenar, aislado en las islas.

Solo podemos verla en Cíes, no existe en ninguna otra isla del parque, ni en toda Galicia, ni de aquí para el norte. Tendríamos que bajar cientos de kilómetros al sur de Lisboa, para encontrarlas. Se adaptaron a vivir en esas condiciones extremas y de alguna manera son prisioneras de las dunas, simplemente ya no pueden vivir en otro sitio. Es una paradoja que plantas con esa extraordinaria fortaleza sean al mismo tiempo tan frágiles. La explicación es precisamente que viven al límite de lo posible, por eso resulta imprescindible proteger los ecosistemas dunares de cualquier alteración.

Una simple pisada puede ser suficiente para romper ese delicado equilibrio, por eso cuando llegamos a las islas Cíes o a cualquier zona del litoral y nos encontramos algunos de esos espacios cerrados para impedir que los pisemos recordemos que no es por fastidiar, hay una buena razón, en este caso nada menos que salvar a una especie única, porque recordemos que demasiadas veces consideramos algo como un tesoro cuando lo perdemos, y entonces es demasiado tarde.

Aunque solo fuera por esta modesta y discreta plantita ya valdría la pena proteger las islas Cíes. Si conseguimos que se enamoren de esta «Herba de namorar», y la cuiden de la mejor manera posible, que es dejándola absolutamente tranquilita, ya está justificado el parque nacional.

No debería ser necesario, pero conviene recordar que el turismo solo es una parte del complejo uso público de un parque nacional y que este a su vez debe supeditarse al objetivo fundamental, la conservación. Con demasiada frecuencia se olvidan e incluso se invierten estas prioridades.

Estos días en los que sigue el proceso, y la bronca consiguiente, por la declaración de Cíes como patrimonio de la humanidad escuchamos mensajes preocupantes. Por cada diez veces que se habla del turismo y su potenciación («¡¡Más madera!!», que diría Groucho Marx) se cuela apenas una declaración sobre la conservación de este espacio privilegiado.

Tranquilizaría mucho que invirtiésemos la proporción de los mensajes. El archipiélago de las Cíes es una parte del parque nacional ¿porqué Cíes patrimonio de la humanidad y el resto de archipiélagos del parque no?

Para utopía pedir que se pongan de acuerdo las administraciones, y para quimera pedirlo en período electoral, pero otra vez lo recordamos: olvidemos las cosas con importancia para centrarnos en lo realmente importante.