Negocios sobre las dunas

VIGO

ESCANEADA

Solo el derribo de las concesiones puede salvar Samil

04 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Para quienes disfrutan conociendo la historia local, da gusto leer a los maestros Lamas y Rolland. Pero, si me disculpan la impertinencia, hoy toca historia. Aunque no humana sino natural de la playa de Samil, tan de actualidad últimamente y de la que se seguirá hablando estos días.

Nuestra playa emblemática, como la ría en su conjunto, es una jovencita que apenas tiene unos 7.000 años, más o menos de la misma época en la que nuestros primeros vecinos vigueses podían acceder caminando a las Cíes. Cuando el valle fluvial se vino abajo, y las Cíes se convirtieron en islas, se formó la playa de Samil y sus primas más pequeñas del resto de la ría. La formación debió ser geológicamente vertiginosa, con una entrada masiva de arena que se fue sedimentando empujada por el mar que conquistaba nuevos territorios. En realidad el aporte marino era muy pequeño. Fundamentalmente la arena de Samil procedía, por orden de importancia, de la desembocadura del Miño, de las cuencas del río Verdugo y Oitavén y, cómo no, un poquito del Lagares.

La llanura de inundación de Fragoso, con su epicentro donde hoy está Balaídos, se unía con las dunas fósiles rampantes que se habían estabilizado tierra adentro y conformaban una gran marisma litoral. En su conjunto el ecosistema marítimo terrestre y fluvial de Samil ocupaba todo el espacio que hay entre Citroen y la actual calle Teixugueiras en Navia hasta el mar, con buena parte de Alcabre incluido.

Gradualmente, la historia humana se fue solapando con la natural. No siempre para bien, y poco a poco el espacio interior se fue ocupando y urbanizando hasta llegar en los años 70 hasta el mismo borde del mar. De todo aquel enorme conjunto de ecosistemas, hoy solo podemos contemplar fragmentos tan pequeños como inconexos en las marismas del Lagares, en el extremo oeste de O Vao y un mínimo recuerdo de las dunas en la zona de Cabo do Mar. El resto desapareció de forma irrecuperable.

Pero, junto con los espacios y los centenares de especies de flora y fauna que los habitaban, desapareció también la playa, en parte porque la destrucción de cauces fluviales y los embalses limitaron su aporte de arena y en parte porque la desaparición de las dunas eliminó la distribución y modelación de los arenales. El muro se llevó por delante el 90 % del ya casi relicto sistema dunar y fue la puntilla que terminó de matar una playa agonizante.

No pocas voces se alzaron entonces contra la construcción del muro, aunque, como suele suceder, fueron ignoradas y ridiculizadas. Estaban contra el orden y el progreso, les decían a entre otros Eduardo Blanco Amor, Álvarez Blázquez o Valentín Paz Andrade.

Cuatro décadas después, la ciencia confirmaba las hipótesis de aquellos visionarios y actualmente toda la abundante documentación científica coincide en que solo derribar totalmente el muro y las infraestructuras podrá recuperar el ecosistema dunar, que a su vez es imprescindible para salvar la playa. Y en esaas estábamos, al menos hasta hace unos días.

En verano del 2008, el alcalde y el secretario general del Mar anunciaban el inminente inicio del derribo del muro de Samil a partir del año siguiente, una vez finalizado el estudio técnico pertinente. Finalizó dicho estudio, y finalizó ese año y los siguientes, y a pesar de la conjunción planetaria de tener gobernando en Vigo y Madrid al mismo partido, y con la ministra de lo ambiental Elena Espinosa, amiga del alma del alcalde reiterando en noviembre de 2008 el fin del muro, nada se supo de tal derribo. Luego cambiaron los gobiernos y llegó la crisis. Entonces sí, el alcalde exigió la ejecución de dicho proyecto cifrado en 16 millones.

Para el anecdotario recordemos que, en aquellas declaraciones de hace seis años, Abel Caballero cogía velocidad y anunciaba que no descartaba incluso rescatar las concesiones que no habían expirado para derribarlo todo y más, Jonathan incluido. Así llegamos al momento actual, en el que como ya resulta delirantemente habitual, la mayoría de la corporación municipal exige al Concello el derribo del Jonathan y el gobierno en minoría lo descarta. Eso sí, con la resignación de dicha mayoría. La democracia tiene estas cosas inexplicables pero simpáticas.