El Miño, la autopista del siglo XVIII

VIGO

De Ourense a A Guarda, el ilustrado canónigo Pedro Antonio Sánchez pidió hacer navegable el río Miño para articular el comercio gallego

20 oct 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

«Antes de la invención del automóvil, del asfalto, de las gasolinas y del céntimo sanitario, las autopistas eran de agua. En concreto, eran los ríos que van a dar en la mar. El Misisipi articulaba el sur de Estados Unidos para el tráfico de viajeros y mercancías. Como, mucho antes, el Danubio cumplía la misma función en Europa Central. En el siglo XVIII, con la Ilustración y sus adelantos, el tráfico fluvial se incrementó. Y, si los británicos estrenaban el Caledonian Canal, de costa a costa de Escocia, en España se estrenaba el Canal de Castilla, para llevar el trigo de la Meseta hacia los puertos del Norte.

La fiebre por los ríos decaería al siglo siguiente. Como el as que mata al tres, el XIX se sacó de la manga el ferrocarril y el transporte de mercancías cambió por completo. Las autopistas del siglo XX harían olvidar del todo los cursos fluviales, mientras los canales y esclusas se convertirían en rutas de senderismo sin recuerdo de sus tiempos de esplendor con el tráfico de gabarras. A Galicia, la tierra de los mil ríos, aquella moda del transporte fluvial le pasó de largo, como tantos otros adelantos en un país arrasado por el caciquismo y enfrascado en su atraso. Así que el Danubio, el Misisipi y el Caledonian Canal aquí en el XVIII nos sonaban a chino.

Aunque hubo gallegos que soñaron con articular el país a través de sus cursos fluviales. Y convertir el río Miño en la gran autopista del país. El gran valedor de este avance fue el ilustrado Pedro Antonio Sánchez, canónigo de Compostela, nacido en 1749 y fallecido tres años antes de la invasión napoleónica, en 1806. Este pensador redactó un ambicioso proyecto para hacer el Miño navegable, convirtiendo A Guarda en un puerto de primer orden y permitiendo a los vinos del Ribeiro salir a los mercados internacionales. Sánchez eleva su propuesta «al inmortal rey Carlos III», con objeto de hacer del Miño el gran canal de Galicia «desde su desembocadura en el mar hasta la ciudad de Ourense o, a lo menos, hasta la villa de Ribadavia».

Camino para el vino

Nuestro clérigo no oculta que su plan pretende vitalizar la economía gallega sobre todo a partir del vino. Porque no hace mucho que los ingleses han cambiado los vinos del Ribeiro por los de Oporto. Aunque han sido las guerras de religión, y no las facilidades de transporte, la causa de la ruina de este lucrativo negocio que se mantenía floreciente desde el siglo XIV. Lo cierto, sin embargo, es que la provincia de Ourense tiene grandes dificultades para dar salida a sus mercancías. Y la conexión con la Meseta es una auténtica odisea, sin que siquiera exista un camino carretero que conecte el Sur de Galicia con Castilla. Las únicas rutas posibles son las llamadas «de herradura», para cubrir a pie o a caballo.

Como dice Pedro Antonio Sánchez: «Esta falta de extracción hace que los naturales del Ribeiro miren con igual horror la abundancia que la escasez de la cosecha». Así que propone su idea a la Corte e imagina una Galicia próspera, articulada en torno al Miño: «Las embarcaciones que vayan a buscar este vino, cargarán a su salida de géneros de vestir, de cacao, de arroz, de azúcar, de canela, de jabón, de aceite y otras diferentes especies: como el porte será muy ligero, el precio de ellos deberá ser más equitativo, y los portugueses se hallarán más embarazados en despachar el azúcar, la canela falsa, el aceite, el jabón, los paños de su país, la quincallería y otros artículos que están en la raya seca sin aduanarse».

Se crearía una ruta comercial desde Ourense hasta Castilla, por el Sur de Galicia, que sería la mejor alternativa al «penoso viaje que hacen hoy en día por el Cebrero». Escribe el nuestro ilustrado: «No puede dudarse que transportando vino por el Miño, no solamente será conducido con ventaja y con un flete poco costoso a las ciudades, villas y lugares que terminan las costas de Galicia, Asturias y Vizcaya, sino que desde allí será llevado con felicidad a algunas leguas tierra adentro».

Sánchez se preocupa por el precio de la obra: «Cuanto a los costes de esta empresa, por grandes que parezcan, son siempre muy pequeños comparados con las asombrosas utilidades que deben resultar». Y anima a implicar a los portugueses en el proyecto: «Será indispensable que traten con la corte de Portugal, apra que, o concurra a los gastos de la obra en las diez leguas en que el río divide los dos reinos o sujete a sus vasallos a pagar los mismos derechos por razón del flete que se impongan a los españoles».

El proyecto de hacer del Miño la gran autopista fluvial queda en nada. El «inmortal Rey Carlos III» moriría el 14 de diciembre de 1878 sin hacer ni caso al memorándum presentado por Pedro Antonio Sánchez. Queda como una más entre miles de buenas ideas que se perdieron para siempre...

«La conexión con la Meseta es una odisea, sin que exista siquiera un camino carretero»

«A Galicia, tierra de los mil ríos, aquella moda del transporte fluvial le pasó de largo»