La tecnología y los nuevos hábitos hacen peligrar la pervivencia de ciertas profesiones
23 sep 2013 . Actualizado a las 11:59 h.El siglo XXI ha traído consigo cambios tecnológicos que, en muchos casos, facilitan el día a día. Sin embargo, esta transformación incluye la despedida de ciertas profesiones que, dentro de poco, probablemente suenen tan obsoletas como la desaparecida figura del sereno. ¿Sabrán los niños del futuro qué era un modisto, una redera o un proyeccionista de cine?
PROYECCIONISTA
Renovarse o morir. Con la misma ilusión que el pequeño Salvatore en Cinema Paradiso, nos introducimos en las entrañas de los multicines Norte de la mano de Filucho Poceiro, el proyeccionista. Nos muestra las máquinas, «que teñen 30 anos ou máis», con las que pasan las películas. Es indiscutible que los Norte no pueden competir técnicamente con otros cines de la ciudad, más modernos y adaptados a las nuevas tecnologías: el cine digital y el 3D. Sus armas para atraer al público son la especialización de su programación. Sin embargo, Pocero cuenta que «hai moitas películas que non podemos botalas», porque las traen en un formato, el digital, para el que el local no está equipado. «Terán que cerrar ou cambiar de máquina», cuenta. Pero actualmente la inversión necesaria para renovar su equipación se escapa a sus posibilidades. Son muchos factores a los que se tiene que enfrentar los cines Norte: la subida del IVA que, pese a un primer intento de resistencia y mantener sus precios, les ha obligado finalmente a subir la entrada; las instalaciones, con unas salas muy pequeñas; el hecho de que cada vez más personas consumen cine en las grandes superficies... Todo parece apuntar a una muerte anunciada, el fin del último cine de barrio. Mientras tanto, Filucho Poceiro sigue poniendo en marcha cada día los mecanismos que tanto fascinaron a Salvatore.
VIDEOCLUB
Resistencia. Si el vídeo mató a las radio star, Internet está acabando, poco a poco, con los negocios de alquiler de películas. Para el videoclub Krypton, con 30 años de historia, el ancho de banda y la piratería conforman su particular kryptonita. «Comparado con los años 80 y 90, no es negocio», dice Antonio Pombo, dueño del establecimiento junto con su hijo. Cuenta que aunque sus clientes van desde adolescentes as jubilados, los que más alquilan son las personas mayores.
La facilidad con la que se puede acceder a una gran cantidad de películas en Internet le está haciendo un flaco favor al negocio. El auge de las series también tiene algo que ver, pero de momento no se plantea incluirlas en su negocio. ¿Quién estaría dispuesto a esperar un año para alquilar Breaking Bad cuando la tiene al alcance de un par de clics? En cualquier caso, Pombo se muestra optimista, actitud que no es de extrañar en el dueño de un negocio cuyo nombre rinde homenaje al Hombre de Acero. «Me voy a mantener todo lo que pueda», asegura.
Cíber
Diversificación. En el corazón del Casco Vello resiste, como una aldea de irreductibles galos, el cíber Sereos. Tiempo atrás, disponían de 15 empleados en cinco locales, uno de ellos también videoclub, pero la situación económica y la democratización de Internet, que cada día llega a más hogares, ha reducido su actividad a un solo establecimiento. El negocio regentado por Luz Melida se ha tenido que diversificar para poder sobrevivir. Imprimen, escanean, liberan móviles, venden tarjetas sim, accesorios y hasta ordenadores. «Ahora está estable, pero la navegación bajó en un 50 %», cuenta. También descendió el envío de dinero. Sereos ha visto cerrar a otros 12 cíbers mientras pelea por sobrevivir.
modisto
Manda la rapidez. La moda es uno de los referentes gallegos. El oficio, sin embargo, corre peligro. Antonio de Lis lo sabe muy bien. Es modisto en Gondomar desde los seis años. Se especializó en ropa femenina porque, cuando empezó, las prendas de hombre «eran sota, caballo y rey», dice. Ahora el contexto social ha cambiado, pero Antonio ya ha hecho de su rama una carrera estable.
Sin embargo, De Lis no sabe qué será de su oficio en el futuro. Tal como explica, «mucha gente prefiere llegar a la tienda, probar y comprar». Así de rápido. A pesar de todo, la artesanía ofrece productos con los que no puede competir la industria «Hay mucha gente que viene porque no encuentra talla en las tiendas», comenta.
pescantina ambulante
Duras condiciones. Cada día, María Luisa Iglesias se sube a su camioneta y recorre con ella las parroquias canguesas de Aldán y O Hío para vender pescado. Su jornada empieza pronto: se levanta a las tres y media de la mañana. Va a la lonja de O Berbés y a la de Bueu. Después, prepara el pescado y le echa hielo. Por último, recorre Cangas acompañada por su empleada, Sandra. Vender pescado en una camioneta no es como hacerlo en un supermercado. «Yo creo que esto desaparece porque es un trabajo duro: pasas frío, te mojas...», se lamenta Luisa. Pero tiene la gratitud de las vecinas a las que no les resulta fácil ir a Cangas. «Las clientas son muy agradecidas -celebra-, sobre todo la gente mayor, que me dice: ?Tí ven todos os días, non me falles?».
redera
Sin relevo. Geli Martínez es redera desde los doce años. Como muchas de sus compañeras, empezó de la mano de su madre, que fue quien le enseñó la profesión. Explica que el suyo es «un traballo moi artesanal que non se pode facer a máquina». Sin embargo, cada vez quedan menos rederas. «Non está habendo relevo xeneracional», alerta Geli. La herencia de una villa tan marinera lleva en peligro desde que, «hai uns dez anos as maiores xubiláronse e non están vindo chavalas novas», explica.
La tradición mandaba que las jóvenes aprendieran de las veteranas, pero las lecciones que se impartían eran gratis, por eso, ahora que son pocas -Geli sostiene que no llegan a treinta en Cangas-, no pueden ser rederas y profesoras a la vez. La solución que propone es «que se aprenda en academias».