Vigo, el aeropuerto del mundo

VIGO

EE. UU. eligió Vigo en 1929 para sus bases flotantes para aviones con vuelos a Nueva York cada hora. The New York Times dio el proyecto por seguro

14 jul 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

E n 1929, Vigo pudo convertirse en el aeropuerto del mundo. La ciudad fue elegida por el Gobierno de EE.UU. para recibir todos los vuelos transoceánicos entre América y Europa. Para lograrlo, se construiría una red de seadromes, plataformas flotantes con pistas de aterrizaje, para hacer los viajes con escalas en medio del mar. Su inventor, el ingeniero Edward R. Armstrong, fracasaría por el Crac de la bolsa y por la aparición del dirigible Hindenburg y por los nuevos aviones de larga distancia de la Pan American Airlines. The New York Times llegó a dar el proyecto por seguro, con un mapa de Vigo incluido en su primera página. Pero el plan terminó retirado. Aunque su tecnología permitiría décadas más tarde construir plataformas petrolíferas.

La carrera por los vuelos comerciales entre América y Europa se desató a partir de 1927, cuando Lindbergh logró cruzar el Atlántico a bordo del Spirit of Saint Louis. Dos años después, en 1929, el número de pasajeros de líneas aéreas a nivel mundial era de 400.000, diez veces más que en 1919. Así que muchos vieron un gran negocio en lograr una línea intercontinental.

Lo malo es que no había tecnología para ello. Ningún avión comercial estaba preparado para volar más de 800 kilómetros sin repostar. Y se pensaba que ese modelo tardaría décadas en llegar.

Así que un ingeniero canadiense, Edward R. Armstrong, ideó un sistema para cruzar el Atlántico. Nacido en Ontario en 1876, su proyecto comenzó a fraguarse en 1913, cuando trabajaba para la industria aeronáutica, tras su paso por el sector petrolífero en Texas. Armstrong proyectó los seadromes, que podemos traducir como «aeródromos de mar».

El invento eran unas plataformas que se levantaban 21 metros sobre la superficie del mar, sobre unas columnas que penetraban a treinta metros de profundidad. Con este diseño, se evitaban las olas y la pista tendría tres kilómetros de largo por uno de ancho.

El proyecto consistía en principio en situar ocho seadromes a lo largo del Atlántico, entre Nueva York y Vigo, separados unos de otros por 550 kilómetros. Los aviones irían haciendo escalas y se calculaba el trayecto completo en unas 30 horas. En las plataformas habría restaurantes y pequeños hoteles para que los pasajeros pudiesen descansar.

Miniatura

En 1924, Armstrong construye un primer seadrome en miniatura. Lo monta en un estanque y filma una película que no se cansará de enseñar a políticos y magnates del momento. Con un ventilador, dice recrear olas a escala de veintiún metros. En el metraje, vemos como vuelca un trasatlántico de juguete que sitúa en la bañera. La plataforma se mantiene estable.

En 1926, la Armstrong Seadrome Development Company logra los primeros fondos del Gobierno y de inversores privados, incluida General Motors. Su proyecto incluye una escala en Azores y saldría un avión cada hora entre Nueva York y Vigo.

Los ocho seadromes le costarían 32 millones de euros. Así que decide crear una primera ruta entre Nueva York, Atlantic City y Bermuda, que solo necesitaba una plataforma. En 1929, tiene la aprobación del Gobierno y el compromiso de inversores. El domingo 27 de octubre fue primera página en The New York Times. Pero el día siguiente frustró sus planes: El 28 de octubre fue el «Lunes Negro» del Crac de la Bolsa y la financiación desapareció.

Armstrong encontró un nuevo filón en la Prohibición. Mientras la mafia desembarcaba en Las Vegas, el pensó en construir un seadrome con casinos y hoteles para eludir la Ley Seca lejos de la costa.

Pero el gran impulso a su proyecto llegaría en 1933, cuando Roosevelt llega a la Casa Blanca e inicia el «New Deal». El presidente se entusiasma con el proyecto y, en noviembre, el Secretario de Comercio anuncia que el Gobierno aportará los 30 millones de dólares necesarios para construir cinco seadromes entre Nueva York y Vigo. Son menos que los ocho iniciales, porque los aviones tienen cada vez más autonomía. Armstrong no se percata de que, en realidad, se acerca el final de su sueño.

El ingeniero aún sorteará el debate que se abre en Washington por financiar unas bases en medio de la nada cuya bandera y titularidad no están claras. Y, a la disputa política, se superponen los avances técnicos. El Graff Zeppelin había cruzado el Atlántico en 1927 con 20 pasajeros. Y el gigante Hindenburg promete viajes transoceánicos para 50 viajeros.

Mazazo

Pero el mazazo definitivo lo daría la PanAm. Primero, contratando seis hidroaviones capaces de cruzar entre América y Europa. Luego, anunciando la inminente construcción de aviones de larga distancia, con autonomía para más de diez mil kilómetros. Hundido, Edward R. Armstrong ve como su proyecto se desmorona. La gran ruta aérea mundial entre Nueva York y Vigo se convierte en una anécdota de la historia, superada por los avances tecnológicos.

Durante la Guerra Fría, el inventor aun intentará dar uso a los seadromes, creando una red de bases militares para interceptar misiles nucleares de la Unión Soviética. La CIA y el Departamento de Estado llegan a financiarle para que los desarrolle. Pero muere en 1955 sin ver realidad sus sueños.

Armstrong no sabrá nunca que su tecnología sentó las bases de las plataformas petrolíferas. Y Vigo también será ajena a que, en una época de entreguerras, estuvo a punto de convertirse en el aeropuerto más importante del mundo.

El 28 de octubre, con el Lunes Negro, la financiación desapareció

la bujía del domingo Por Eduardo Rolland

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