Medio siglo del polígono de Coia

VIGO

La actual plaza de América a mediados de los 60: empiezan a trazarse Coia y la avenida de Europa. En la imagen la cochera de los tranvías del libro «Recordando los tranvías de Vigo», de Antonio Giráldez.
La actual plaza de América a mediados de los 60: empiezan a trazarse Coia y la avenida de Europa. En la imagen la cochera de los tranvías del libro «Recordando los tranvías de Vigo», de Antonio Giráldez.

El barrio nació en plena dictadura y planificado desde Madrid; tras una etapa conflictiva en los ochenta hoy es una zona apacible con buena calidad de vida

07 jul 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

De vez en cuando, Vigo da un estirón. Lo hace siempre después de una fiebre, sea del ladrillo, del automóvil, del naval o de la conserva. Parece entonces que, como pasa con los críos, la ciudad se obligue a encamarse, a replegarse en sí misma. Para cuando vuelve a levantarse, toda la ropa le viene pequeña. Vigo tiene rasgos de ciudad adolescente, que crece a trompicones y no sabe si se gusta cuando se mira en el espejo. Un día se observa y le ha salido un Navia en toda la cara. Al otro, le aparece un Coia. Y, si le sale un Bichita, no sabe cómo peinarse para ocultarlo. Con tantos cambios, no es extraño que la ciudad, por momentos, padezca la edad del pavo. Le sobra energía. Pero le falta orientarla. Y, muy a menudo, no encuentra la fórmula para quererse.

En efecto, Vigo adolece de muchas cosas. Sobre todo, de infraestructuras. Fue creciendo sin orden ni concierto. Y en nada se parece a esas ciudades viejas, a las que les cuesta un mundo moverse. Aquí todo se resuelve en plan rebeldes sin causa. Y el resultado alumbra, de vez en cuando, fenómenos del estirón como el polígono de Coia, que nació como un sueño de progreso, creció como un foco de marginalidad y es hoy un tranquilo barrio vigués, cincuenta años después.

El estirón comenzó hace medio siglo, en 1963. Ese año, el Ministerio de la Vivienda aprobó el Plan Parcial de Coia, que decretaba la expropiación de fincas rústicas y su conversión en suelo residencial. El ámbito alcanzaba 75 hectáreas y se preveía construir 8.883 viviendas. Desde 1956, el franquismo intentó orientar la economía a través de los llamados polos de desarrollo. Y Coia se inscribió en el llamado Vigo-Porriño y en el Plan Nacional de Vivienda 1961-1976. El proyecto fue trazado por Gallego Fernández y aprobado el 23 de junio de 1963.

Coia fue, por tanto, diseñada desde Madrid. Y en un momento tan especial como una dictadura. Lo que explica que fuese ocultado cierto caos, bien que interesado, con su trazado. Los pobres justiprecios pagados a muchos vecinos expropiados no fueron, desde luego, noticia en los periódicos. Como tampoco que el propio Gobierno incumpliese su ley del suelo, sobre todo en zonas verdes, muchas de las cuales se convirtieron en zona edificable por arte de las magias del régimen.

Además, en un principio los terrenos fueron propiedad del Ministerio de la Vivienda, que los iba vendiendo al Ayuntamiento y a particulares. En los años 70, numerosas parcelas escolares estaban en manos de inmobiliarias. El resultado fue que Coia no fue, ni mucho menos, el ordenado polígono que pueda parecer. Y son incontables las protestas de la corporación ante el Gobierno porque no se cumplían las normas. No hace falta ver La escopeta nacional para entender que la corrupción y el nepotismo formaban parte de las entretelas del sistema.

El Plan General de Ordenación Urbana de 1971 y su sucesor, de 1980, intentaron dar orden a una zona donde, hasta entonces, había construido una auténtica amalgama de promotores, desde el sindicalismo vertical a las empresas, pasando por la extinta Caja de Ahorros Municipal, que fue una de las grandes impulsoras del barrio. Además de sus viviendas, adjudicadas por sorteo entre los titulares de sus cartillas, La Caja construiría las principales dotaciones del barrio, desde guarderías y centros comerciales a clubes de jubilados. La participación de la administración en infraestructuras sociales y comunitarias fue casi cero.

Lo evidente es que Coia supuso una revolución en el mapa urbano. Hasta su urbanización, As Travesas marcaba los límites de Vigo. Al punto de que, hasta 1936, allí se celebraba la feria del ganado. Y allí estaban las cocheras de los tranvías, donde acababa el mundo urbano. El Celta, que jugaba en el viejo campo de Coia, lo hacía en el extrarradio.

La aparición, primero, de la plaza de América, cambió las cosas. En un informe municipal se proyecta la construcción de «una hermosa plaza circular de cien metros de diámetro, capaz de recibir y distribuir con holgura los movimientos de la urbe en marcha». Y el paso definitivo fue la apertura de la avenida de Samil (hoy Castelao), que pretendía enlazar Vigo con su playa «a través de esa ruta ingente y soleada, que hace más nuestros y más próximos los grandes horizontes atlánticos». Ni que decir tiene que los técnicos municipales de la época eran unos poetas.

Lo cierto es que, entre avatares políticos y administrativos, Coia fue creciendo. Lo hizo, en su momento más vibrante, con las ideas de un arquitecto vigués, Desiderio Pernas, que diseñó buena parte de las torres y dotaciones. Las características baldosas blancas y marrones fueron cosa suya. Habrá a quien no le guste, porque las opiniones son diversas, pero este señor ?autor también del monumento a los galeones de Rande, en O Castro- estudió en Chicago, con Miers Van der Rohe, el de los lemas «Menos es más» y «Dios está en los detalles».

En los años 80, bajo el azote de la crisis, con Vigo declarada «Zona de Urgente Reindustrialización» (ZUR), Coia vivió un deterioro social catastrófico. Algo influyó que, a un número astronómico de viviendas, no se respondiese con dotaciones y servicios. Los bajos de los edificios estaban vacíos. Y, entre sus columnas, la droga cabalgó, arrasándolo todo. La calle Marín, que llegó a ser noticia en toda España, fue un ejemplo de esta época negra, con impensables índices de delincuencia.

Hoy Coia ha pasado su niñez, adolescencia y juventud. Acaba de cumplir cincuenta años. Sus vecinos se han hecho también mayores y hoy la gran reclamación son ascensores. Es un barrio apacible, con zonas verdes, céntrico y con buena calidad de vida. Quién lo iba a decir de aquel polígono que nació hace medio siglo...