La primera provincia de Vigo

Eduardo Rolland
Eduardo Rolland VIGO / LA VOZ

VIGO

Estampa del siglo XIX

El rey José Bonaparte aprobó en 1810 una prefectura llamada Baixo Miño con capital en Vigo y que tenía dos subprefecturas localizadas en Tui y Pontevedra

05 may 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Suele señalarse que Vigo fue capital de provincia en dos ocasiones. La primera, en 1822, durante el Trienio Liberal, cuando desaparece la división del Antiguo Reino de Galicia y se divide el país en cuatro circunscripciones: A Coruña, Lugo, Ourense y Vigo. La segunda, durante unos meses de 1840, cuando se devuelve a la ciudad olívica su capitalidad e incluso vuelve a publicarse en el Boletín Oficial de la Provincia de Vigo. Hubo, sin embargo, un momento anterior en el que Vigo fue cabecera de su propia demarcación. Sucedió en 1810, al año siguiente a la Reconquista. Y, precisamente por la expulsión de los franceses de Galicia, el decreto del Gobierno no llegó a aplicarse.

Fue el rey José Bonaparte, el hermano de Napoleón, quien hizo a Vigo capital. Utilizó para ello el proyecto de los ingenieros José María Lanz y Juan Antonio Llorente, que emularon la división territorial francesa. Así, se crearían 38 prefecturas en España, cada una de las cuales con su audiencia y universidad. El objetivo era superar la obsoleta organización administrativa del Antiguo Régimen. Y, además, favorecer un estado centralista, al estilo de Francia. En el propio proyecto, que las Cortes estudiaron en diciembre de 1809, se citaba como objetivo «evitar la rivalidad que se ha observado entre los habitantes de las diversas provincias de España, efecto necesario de su antigua independencia, de sus guerras y de sus privilegios posteriores, sería conveniente que por una ley constitucional se dividiese la España en pequeñas provincias... Entonces desaparecerían los nombres de vizcaínos, navarros, gallegos, castellanos, etcétera».

Además de ser centralizadora, la división departamental de España imitaba el modelo francés en los nombres de las prefecturas, que se denominarían por los nombres de los accidentes geográficos más notables en cada zona. Por supuesto, se intentaba con ello borrar cual vestigio de identidad nacional.

En abril de 1810, el rey José I aprueba el decreto. Y Galicia queda dividida en cuatro prefecturas: la de Tambre, con capital en A Coruña; la de Miño Alto, con cabecera en Lugo; la de Sil, liderada por Ourense; y la de Miño Bajo, con capital en Vigo.

Miño Bajo ocupaba prácticamente el mismo territorio que la actual provincia de Pontevedra y tenía dos subprefecturas, localizadas en Tui y Pontevedra.

Sin embargo, las cuatro nuevas provincias gallegas -Tambre, Miño Alto, Sil y Miño Bajo- nunca fueron constituidas, pues los franceses ya no dominaban el país, tras la derrota del mariscal Ney en la batalla de Pontesampaio, en junio de 1809.

En la prefectura de Vigo debía existir un prefecto, que asumiría las funciones de delegado del Gobierno. El historiador Jesús Burgueño lo define así: «Estaría en relación directa con todos los ministerios, erigiéndose en máximo representante del Estado en la prefectura. Como órgano asesor del prefecto se establece un Consejo de Prefectura formado por tres miembros de designación real, encargado fundamentalmente del reparto de las contribuciones».

La obsesión centralizadora apenas permitía la participación del poder local. De hecho, la única representación popular era la Junta General de Prefectura, formada por veinte individuos nombrados por el Rey, aunque a propuesta de cada municipio. Sus capacidades estarían limitadas a proponer al Gobierno dónde invertir sus presupuestos.

Sin embargo, en comparación con la división administrativa del Antiguo Régimen, las prefecturas de Bonaparte eran muy modernas. Tanto, que asombraron a los parlamentarios de Cádiz, que vieron cómo la frágil monarquía de José I era capaz de sacar adelante un proyecto más liberal que el que ellos mismos impulsaban.

En palabras de Burgueño, «la división de 1810 fue un acicate para los parlamentarios reunidos en Cádiz. La precaria administración josefina había dado un ejemplo revolucionario a unas Cortes ideológicamente más avanzadas y liberales».

La provincia de Miño Bajo, con capital en Vigo, y subprefecturas en Tui y Pontevedra, fue así la primera ocasión en la que la ciudad olívica lideró su propia área administrativa. Más tarde, con el Trienio Liberal, vendría la propia provincia de Vigo. Que resucitaría brevemente en 1840.

Curiosamente, dos siglos más tarde, Vigo no es capital de nada. Aunque es un caso único en toda España: Existen otras ciudades con poblaciones similares a las de su capital de provincia. Pero no hay ninguna, salvo la olívica, en que la proporción sea tan disparatada. Vigo tiene hoy la población de la capital provincial multiplicada por cuatro.