«¡Qué pena no tener veinte años menos! Volvía a la política y ganaba»

VIGO

Oscar Vázquez

Pepe Castro, exalcalde de Ponteareas y primer presidente de la Federación Gallega de Municipios: «Abel Caballero empezó como alcalde imitando mi estilo clarísimamente»

26 sep 2022 . Actualizado a las 13:42 h.

 «Hay días que le digo a mi mujer que mejor no salgamos de casa. La gente me sigue parando, pidiéndome cosas, quejándose de como está ahora Ponteareas». En menos de cien metros y el posado para la foto llega a la veintena el número de personas que le hacen saber de la nostalgia de su tiempo de alcalde. «Preséntese, que nosotros le llevamos a los votantes gratis», clama un taxista desde la parada en la que dicen haberse quedado encerrados por la progresiva peatonalización de la villa. «¡Qué pena no tener veinte años menos, volvía a la política y ganaba!», dice José Castro (Ponteareas, 1932), a tres días de cumplir 90 años.

Acuñado para la historia queda como Pepe Castro, el hijo de Antonio y Angelina, comerciantes del textil que pensaron que su hijo tomaría las riendas del Nuevo Comercio, como se llamaba el establecimiento, para darle continuidad a un negocio del que el padre se ausentaba con frecuencia para dirigir a la banda de música municipal de fiesta en fiesta. «Yo quería ser músico como él, pero mi madre me lo prohibió. No quería que también yo dejase la tienda». Un balín perdido le dejó a los 14 años sin vista para siempre en uno de los ojos. Años de médicos y curas le separaron definitivamente de los estudios cuando cursaba cuerto de bachiller. La tienda familiar pasaría a ser su primer destino. 

Castro asegura que detrás del mostrador aprendió las mejores lecciones de política. «Atender bien a quien tienes delante, escuchar y hacerlo con una sonrisa. El primer día que entré en el ayuntamiento di la orden de que se hiciese pasar a todo el que quisiera hablar conmigo, y que no le preguntase nadie qué querían contarme. La importancia del tema lo tenía que decidir yo, y la respuesta también tenía que ser mía, porque cualquiera podía dar una contestación equivocada».

Fue alcalde desde 1968 hasta que una concatenación de sentencias le apearon del puesto en el 2000. «Y pude ser alcalde cuatro años antes, pero el gobernador civil quiso que siguiera con el plan de cooperativas que estaba llevando a cabo como delegado comarcal de sindicatos».

No ve ningún demérito o motivo para la crítica haber sido elegido en el franquismo. «Cuando se votó después, la gente me eligió por mayoría absoluta cinco veces y otra más con mayoría simple», esgrime. Tampoco se arrepiente de haber promovido el último monumento dedicado a Franco de toda España. «¿Por qué? Fue una personalidad en aquella época. Buena o mala, se le hizo un monumento, así que respétalo. Los pueblos deben conservar la memoria. Solo aquí se arrasa siempre con lo anterior», señala para acabar haciendo una pirueta argumental que le lleva a hablar de la movilidad de su villa pese haberle preguntado por el dictador: «a los pueblos hay que darle libertad total, absoluta libertad, no como ahora que se peatonaliza todo y se impide a la gente de las aldeas llegar al comercio como hizo siempre y es de lo que vivió Ponteareas. Se está ahogando a las tiendas, que no hacen más que cerrar por culpa de una obsesión por peatonalizar sin sentido», deja caer de nuevo la crítica a los actuales gobernantes municipales. Con Roberto Mera, precisamente ahora edil de Tráfico e Movilidad, azote político del Castro alcalde y uno de los que promovió su caída judicial, ha acabado trazando una amistad personal una vez que uno ya no está en política y el otro ha dejado de militar en el Bloque. «Pero no se me olvida cuando vinieron a nuestra finca gritando ‘¡la próxima visita la haremos con dinamita!'».

Las paredes y muebles de su casa están plagadas de fotos: con los anteriores reyes, con el papa Juan Pablo II, con Rajoy, Fraga... «Cuando tuve más contacto con él fue cuando me echaron del PP. En política lo peor son los que están en medio, son los que promueven las envidias y rencillas», dice viendo una foto con el que fuera presidente de la Xunta.

A tiro de piedra de su casa tiene el edificio consistorial, al que no recuerda haber vuelto cuando lo dejó siendo ya concejal y su hija Nava Castro, alcaldesa. «La verdad es que si me cruzo con la alcaldesa de ahora (del BNG) no la podría saludar porque no sé quién es», mantiene sin dejar entrever si lo dice en serio o como venganza por no ser invitado a actos oficiales en el pueblo que rigió durante 32 años.

Al que sí conoce de sobra es a su vecino del cuarto piso, otro alcalde, el de Vigo. «Su padre insistió en que quería vivir en el mismo edificio al que me fuera yo. Le dije que yo iba a escoger uno con el portal pequeño, para que nadie dijese que me aprovechaba al promoverlo desde el sindicato. Y así fue, aquí se vino a vivir Abel Caballero, sus padres y hermanos. No hace mucho que lo vi en el edificio. Quiere mucho a mi mujer y creo que lo está haciendo bien en Vigo. Él empezó como alcalde imitando mi estilo clarísimamente, en muchas cosas, y creo que hasta él mismo lo reconoce. Se ganó a la gente y lo quieren», concluye, mientras sigue enseñando fotos. «Esta fue de joven en Madrid con el equipo de atletismo. Para pagarnos el viaje y los gastos llevamos para vender paquetes de café de estraperlo», dice, como todo el tiempo, sin filtro en sus palabras.

Oscar Vázquez

EN DETALLE

- ¿Primer trabajo?

- En la tienda de tejidos de mis padres, el Nuevo Comercio, y después seis años en los Sindicatos en Madrid.

- ¿Causa a la que se entregaría?

- A Puenteareas (mantiene el topónimo anterior), siempre con toda la pasión. De hecho el libro sobre mis memorias, que prologó Rajoy, se titula así: Pasión por Puenteareas.