Sin cupo
Se cuentan por miles los pacientes que pudo tener a lo largo de su dilatada carrera y, sin embargo, a la mayoría de ellos los conocía por el nombre o, en su caso, por el apodo. El boca a boca, siempre tan efectivo, hizo que en su día el ambulatorio de Coia y luego el centro de salud del mismo barrio se viera obligado a cerrar su cupo, en el que había más cartillas de las que teóricamente se podían abarcar. No era su caso. Todos le querían como facultativo y él lo que hacía era ampliar su horario hasta donde hiciera falta con tal de no defraudar a nadie.
Tenía la teoría de que todas las enfermedades, por menores que puedan parecer, son muy importantes para el que las sufre. Fruto de esa teoría jamás ponía pegas para visitar a domicilio. Llegaba con su inseparable maletín cargado de medidores de tensión, de temperatura y demás material al uso pero, sobre todo, llegaba con un inmenso, un inagotable saco de palabras, en el que siempre encontraba la más adecuada al momento. Palabras que las más de las veces hacían el efecto de la más eficaz de las medicinas.