Tener estatua en Vigo

VIGO

02 abr 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Si ya es una maldición tener calle, ¿qué decir de tener estatua en Vigo? En su lecho de muerte, grandes próceres han tomado la mano de su albacea y, con un último aliento, han pedido: «Que no me hagan una estatua».

Fruto de tan justas prevenciones, apenas hay en la ciudad estatuas que representen a personas reales. Comoquiera que los escultores también tienen que comer, se les encargan figuras de caballos, sirenos, puertas del atlántico, árboles bicentenarios y cosas raras como la que luce en Travesía, en la rotonda de Carrefour.

La negativa de las gentes de bien a ser inmortalizados en piedra, obliga a buscar temas imaginativos. Hasta el punto de que, como es sabido, en la Alameda hay el Monumento a la Hiena, obra del escultor Camilo Nogueira. Situado frente a la calle Pablo Morillo, fue restaurado el pasado invierno, con cargo al Plan E. Se dotó a la escultura del hiénido de un singular juego de luces que realza su realismo. Por desgracia, con dudoso gusto, a la contrata de la obra no se le ocurrió otra cosa que, también aquí, colocar un cartel de «Alcaldía».

Estatuas de próceres, en Vigo, hay pocas. Y no porque estemos faltos de gentes ilustres, sino porque, aquel que puede, se niega en redondo a ser convertido en monumento.

Véase el caso de Carolo, inmortalizado en la plaza de la Independencia en el monumento a los Héroes de la Reconquista. Al viejo marinero de O Berbés, hace años que le robaron la cabeza del hacha, sin que nadie se digne reponerla. Así queda para la posteridad, como si intentase tirar la puerta de la Gamboa con el palito de un chupa-chups.

Más ridículo aún luce frente al Náutico el escritor Julio Verne, sentado sobre un pulpo patas arriba. Un mínimo concepto de zoología nos muestra que, puesto así, el octópodo tiene hacia arriba su afilado diente, que es donde el creador francés asienta sus posaderas. Convertido en estatua, Julio Verne sufre en silencio para la posteridad.

Pero el colmo de la estatua es la de Don Casto Méndez Núñez, cuya estatua en la Alameda fue construida en una extraña aleación que tiene por virtud atraer las defecaciones de gaviotas, palomas, cormoranes, paíños, araos y frailecillos. Si existiesen por estas costas, también le pondrían sus deposiciones encima los buitres leonados, el águila calva de Alaska y el quebrantahuesos.

Méndez Núñez, que pasó a la historia por lo de la honra y los barcos, fue inmortalizado en Vigo bajo una montaña de guano. Y si, por un acaso, un día le pasan una manguera, al siguiente aparece de nuevo cubierto de aves y excrementos.

Así que ni calle ni estatua. La posteridad, en Vigo, no compensa en absoluto.

eduardorolland@hotmail.com