Vigo, Dubái atlántico

VIGO

13 feb 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Regresa un amigo de Dubái atónito con lo que allí ha visto. El Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo; el Dubái Mall, el centro comercial más grande del mundo; la Dubái Fountain, la fuente más grande del planeta; y el aeropuerto Al Makhtoun, el aeródromo más extenso del orbe. Se desconoce qué secretos complejos padecen los dubaitíes con su obsesión por lo grande, ande o no ande. Pero se supone que, como a los millonarios de Avión, les sobra el dinero y les gusta que se note.

En cualquier caso, el amigo vuelve alucinado: «Han construido sobre la playa el Burj Khalifa, el rascacielos más alto del mundo», proclama extasiado, «y una isla artificial, con forma de palmera, para 25 hoteles y mil chalés».

Aquí es donde interrumpimos al amigo: «¿Y para eso, buen hombre, te tiras doce horas de vuelo hasta Dubái?», preguntamos compadecidos de su tremendo error: «¡Para ver cosas como ésas no hace falta ni salir de Vigo!»

En efecto, Vigo no cuenta con un rascacielos Burj Khalifa, pero puede presumir de una estupenda torre de 70 metros de altura, construida sobre la misma playa, en la isla de Toralla. La diferencia es que el proyecto vigués tiene más mérito, pues data de finales de los años 60, cuando los emires del Golfo Pérsico aun viajaban en burra y dorían en tienda de campaña.

Pero, si en lo de Toralla tenemos razones para presumir, en lo de la isla artificial ganamos por goleada. ¿A qué van a venir ahora los de Dubai con su «The Palm», teniendo como tenemos aquí el relleno de Bouzas?

Al amor de los petrodólares, los medios de comunicación de todo el mundo se deshacen en elogios con la horterada dubaití. Y no hay año en que no emitan algún documental sobre el «milagro de la ingeniería» que aquella obra supone. Sin embargo, ya hace más de tres décadas, se hizo en Vigo algo así, o aun más grande, sin que se le diese tanto bombo.

Ante tan poderosas razones, el amigo que viajó a Dubái se queda algo compungido. Aún a regañadientes, termina por darnos la razón. ¿Qué recompensas no darían los emires dubaitíes a quienes impulsaron la torre de Toralla o el relleno de Bouzas? Ellos, no sé. Si por mí fuese, enviaría a los responsables de ambas obras a un lugar oriental exótico. En concreto, a un hotelito rural situado en la localidad pontevedresa de Al-Ama, por ejemplo.

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