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VIGO

31 dic 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

La máquina de fabricar embrollos funciona en Santiago a pleno rendimiento. La Xunta no para de darle a la manivela. Una maliciosa sentencia define la política como el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar los remedios equivocados. La frase, aunque exagerada, parece escrita para los días en que el Gobierno gallego se pone rumboso y decide crear un lío. Y en esto, cuando quieren, no hay duda de que son unos maestros.

Aún calientes los rescoldos de la fusión de cajas, archivada quién sabe dónde aquella encuesta escolar sobre el idioma, aparcados los «audis» que nadie quiso comprar en pública subasta, rebajadas de competencias las famosas «súperdelegaciones», en el limbo de la China los ordenadores que nunca llegan a los colegios, embarullado hasta el tuétano el proyecto de área metropolitana para Vigo y asumida la ausencia del maná económico por la visita del Papa, la Xunta ha vuelto a poner en marcha su ingenio para crear una nueva polémica de altos vuelos.

Tras el fiasco esperable del comité de rutas aeroportuarias, aparece ahora una propuesta, de última hora, de lo tomas o lo dejas, cuya única virtud parece haber sido la de poner de acuerdo a los alcaldes de Vigo, Santiago y A Coruña: La idea no le gusta a ninguno.

Que la proximidad de las elecciones municipales iba a favorecer el lío era algo totalmente previsible. Pero asombra la capacidad de nuestro amado ejecutivo autonómico para darle munición al adversario y ponerle en bandeja que ponga el grito en el cielo.

No tiene pies ni cabeza que un conselleiro inste al Concello de Vigo a decidir en tres días si paga 272.000 euros para financiar un vuelo a Milán. Y que, de declinarse la oferta, la línea se instalará en Lavacolla. Tales urgencias, más que de política seria, parecen propias de un mercadillo, donde el vendedor ambulante agita piezas de lencería al grito de «¡Que me lo quitan de las manos!».

Tampoco parece serio que ninguno de los enlaces que se ofertan en Peinador sea de compañías de bajo coste. Pero lo que, sobre todo, resulta escandaloso es que la Xunta subvencione un vuelo entre Santiago y París, cuando ya existe una comunicación desde Vigo, operada por Air France, con tres frecuencias diarias, que por cierto no recibe ayuda pública alguna. Es difícil de entender que se emplee dinero de todos para hacerle la competencia a la única conexión internacional gallega que funciona solo costeada por el billete que paga cada pasajero.

Si todo este lío se hubiese publicitado el pasado 28 de diciembre, tendría al menos la explicación tradicional de la broma. Pero, al no ser así, hay que sospechar que la máquina de fabricar embrollos funciona en Santiago a pleno rendimiento. Solo confiemos en que, para 2011, alguien dé la orden de dejar de darle a la manivela.