Un vigués en Gran Hermano y Blanca en San Rafael

Soledad Antón soledad.anton@lavoz.es

VIGO

20 oct 2010 . Actualizado a las 12:19 h.

Son las credenciales de Yago Hermida, el joven vigués que acaba de entrar en la casa de Gran Hermano, esta indiscreta ventana televisiva en la que no hay descanso para el ojo escrutador que, en forma de mil y una cámaras, todo lo ve; ni para el oído de tísico, en forma de micrófonos, que todo lo oye. Gracias a armas de vigilancia masiva tan eficaces podremos enterarnos en vivo y en directo de si Yago cumple con los tres cepillados de dientes diarios, si ronca, si es de slip o más de calzón largo y si prefiere cereales a tostadas en el desayuno. En suma, cuestiones vitales para el devenir del planeta Tierra.

De momento, lo único que sabemos de Yago es que ha cumplido los 30, que trabajaba en una joyería cuando la agencia de modelos Dolores Couceiro le encarriló en el mundo de la moda, que estuvo en Madrid y en Milán, que calza un 44 de pie y que sus pantalones son de la talla 40.

También sabemos que desfiló para Hugo Boss y que practica pesca submarina y juega al fútbol. ¡Ah!, y lo más importante, que aunque ahora está soltero y sin compromiso, hubo un tiempo en que fue amigo con derecho a roce de Yola Berrocal. Aunque el romance con la conocida defensora de la cirugía plástica le proporcionó cierto predicamento, nada como el que puede proporcionarle Mercedes Milá a poco que permanezca en la casa. A ver.

Hace tiempo que la actriz compagina su trabajo sobre el escenario con un par de programas que bien pudieran calificarse de terapéuticos, dirigido uno de ellos a personas maltratadas y el otro a aquellas que tienen limitaciones físicas, psíquicas o sensoriales. Este último es el que la traerá mañana a Vigo, en concreto al centro San Rafael. Ha elegido una obra de Tennessee Williams, El reino de la tierra porque, dice, le viene como anillo al dedo para sus propósitos, ya que dibuja la soledad del ser humano y las relaciones que se establecen para huir de ella.

La estancia de Blanca y de sus compañeros de reparto, Xabier Olza y Carlos Martínez-Merón en San Rafael arrancará con una explicación al especial auditorio sobre lo que van a ver, seguida de la puesta en escena de la obra. Para el final, como ya es habitual en este tipo de encuentros, deja lo mejor: la interactuación con el público. Según me explica al otro lado del teléfono, la experiencia les dice que nadie queda indiferente: «El teatro es una valiosa herramienta a la hora de construir o reconstruir la seguridad y autoestima de una persona».

Al día siguiente, es decir, el viernes, Blanca Marsillach cambiará de registro en Mondariz Balneario. Hace poco más de un mes que descubrió el municipio más pequeño de Galicia. Curiosamente fue gracias a la intercesión del vecino alcalde de Ponteareas, Salvador González. Por esas cosas del Xacobeo, en la villa del Tea no pudo ser, pero en la de Lorenzo sí podrá contemplarse su espectáculo Una noche blanca con los clásicos. La entrada será gratuita hasta que se llene el aforo.

Se trata de una puesta en escena especialmente querida para la actriz ya que, gracias a la tecnología, compartirá escenario con su padre, Adolfo Marsillach, «que tantas veces me dirigió pero con el que nunca llegué a actuar», explica. Cuenta que allá por 1997 su padre seleccionó un puñado de textos -«verdaderas joyitas», dice-, firmados por Calderón, Fray Luis de León, Garcilaso, Quevedo, Góngora, Lope, San Juan de la Cruz, Miguel Hernández... que recitó en el Festival de Almagro con sus amigas Amparo Rivelles y María Jesús Valdés.

Ahora Blanca, emulando a Nathalie Cole, rescata aquel espectáculo a través de una pantalla electrónica e interpreta junto al desaparecido Marsillach algunos de los personajes más importantes del teatro clásico español. La cita, el viernes.

Los alumnos de la escuela Aloya contaron ayer con un profesor de lujo. Antonio Botana, chef del Pandemonium cambadés y comandante en jefe del Grupo Nove les contó al pie de los fogones algunos de los mandamientos del buen cocinero.

Cuando remató la clase todos querían hacerse la foto con el maestro y, sobre todo, captar para la posteridad los platos que preparó. Supongo que con el fin de tratar de parecerse en el futuro lo más posible.

Lo mejor de todo es que, una vez fotografiado todo de frente y de perfil, pudieron comérselo. Ni que decir tiene que les supo a poco. Moraleja, se impone repetir cuanto antes.