La odisea atlántica del moañés Manuel Vilariño Santomé

J. Santos MOAÑA/LA VOZ.

VIGO

Desterrado a Canarias, capitaneó la huida de 60 presos a Venezuela en 1949

20 jun 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Xurxo Martínez Crespo, del departamento de inmigración de la CIG, ha rescatado en su libro «Ilegais» la odisea de Manuel Vilariño Santomé, nacido en Moaña en 1912 y fallecido en Caracas en el 2006. Sindicalista, defensor de los derechos de los marineros, fue detenido en 1936 y condenado a cadena perpetua, que fue cumpliéndo en las cárceles de Vigo, Pontevedra y, finalmente, en la isla de San Simón. Tras una revisión de la sentencia fue liberado, pero desterrado a Canarias en 1940 mientras dos de sus hermanos, Jesús y Antonio, eran fusilados y un tercero, José, paseado.

Vilariño pasó en las islas nueve años. Indocumentado en lo que entonces era una zona empobrecida, aceptó el reto de capitanear una vieja goleta para huir a Venezuela, en aquel momento gobernada por el escritor Rómulo Gallegos junto con otros sesenta represaliados, entre ellos una mujer embarazada, confinados como él en Canarias.

Cuando Vilariño vio la goleta, La Express, le entraron dudas. Tenía unos 15 metros de eslora. Carecía de motor. Iban a hacer la travesía sin apenas agua, con poca comida, sin cartas náuticas y sin experiencia en ese tipo de viajes.

«Puideron máis os anos de cárcere, o asasinato e desaparición dos seus irmáns; os anos de confinamento, de fame e soidade. Pouco podía perder un home que nin vida tiña nin vida futura podía soñar», dice el autor del libro, quien se entrevistó con Vilariño antes de su muerte.

La Express salió de Tenerife en 1949 rumbo a Senegal, siguiendo las rutas de cabotaje de los marinos portugueses cinco siglos antes. Tras doce días de viaje llegaron a Dakar, donde se abastecieron y donde abandonaron el barco la embarazada y su marido.

Pusieron rumbo a Venezuela. Una tormenta los obligó a tirar al mar los bidones de agua. «Tivemos que recoller a beber auga da choiva e comer feixóns con auga de mar. Dous pasaxeiros morreron nesas duras condicións. Botámolos ao mar como se fosen un lastre. Descoñezo os seus nomes, as súas orixes; ninguén preguntou nunca por eles», relata Manuel Vilariño al autor.

Durante ochenta días navegaron por el Atlántico. «Viña a miña mente a imaxe de Colón cando tamén cruzou este océano. Ao igual ca eles, a nosa tripulación tamén subía ao mastro e dicía que vía terra. Eran espellismos até que un bo día apareceu diante nosa a illa de Barbados. Ao principio non o críamos», añade el sindicalista moañés.

Campo de concentración

Arribaron a Barbados para reponer víveres y agua y prosiguieron rumbo a Caracas. Se encontraron con que Rómulo Gallegos había sido depuesto y que el nuevo gobierno no les permitía desembarcar. Decidieron varar la goleta. Finalmente, les autorizaron a dirigirse a Puerto Cabello. Desde allí los llevaron al campo de concentración de Guasina. Vivían con las mismas ropas que usaron en el viaje, semidesnudos, picados por los insectos transmisores del paludismo y otras enfermedades tropicales.

De vez en cuando, el Gobierno venezolano les enviaba comida. Habitualmente un buey vivo que tenían que matar con una piedra de un golpe en la cabeza. Vilariño sufrió una cornada y fue evacuado al hospital de Tucupita. Allí conoció al capuchino gallego Basilio Barral. El relato de sus sufrimientos provocó una denuncia de la situación del campo de Guasina en la ONU. La presión internacional obligó a los dirigentes venezolanos a liberar a los presos.