«Me da vergüenza no saber todavía conducir un autobús»

María Jesús Fuente / S. Antón

VIGO

El director de Vitrasa confiesa que su deformación profesional le lleva a fijarse en el transporte público de otras ciudades. En Bali vio un camioncillo como vehículo escolar

26 oct 2009 . Actualizado a las 11:55 h.

Para Juan Carlos Villarino O Berbés es «ese corazoncito de Vigo que el día que se recupere estará precioso».

Ourensano de Xinzo, destaca la impronta de sus paisanos y cita algunos ejemplos como Carlos Casares o Luis Carballo. Es primo de Dolores Villarino.

Sus primeros contactos con la ciudad tuvieron lugar tras finalizar la carrera de Derecho en Santiago y tomar la decisión de preparar oposiciones a la judicatura en Vigo. También solía acudir de compras con su mujer.

El próximo 2 de noviembre cumplirá cinco años al frente de la empresa concesionaria del transporte público, Vitrasa, tras una amplia experiencia en el sector.

En este tiempo se ha enfrentado a muchos retos, pero de lo que aún no ha sido capaz es de enfrentarse al volante de uno de los vehículos de la flota. «Me da vergüenza no saber todavía conducir un autobús, me gustaría aprender, es mi asignatura pendiente; todas las mañanas me digo: a ver si me explican. Incluso mi hijo, con once años, conducía un articulado por la explanada de las cocheras». No oculta su orgullo de contar con una flota con una media de edad de cuatro años y pico. Del trabajo de los conductores, con los que esta noche compartirá mesa y mantel, explica: «es muy estresante, ocho horas al volante, para y arranca, y, aunque la gente suele ser educada, si se retrasan por algún motivo, la emprenden con ellos».

Utiliza tarjeta

A veces, cuando no es algo inesperado y muy urgente se mueve en transporte público y paga con la tarjeta verde. Aprovecha para charlar con los conductores y comentar los problemas. Aunque la mayoría de ellos le reconoce, en cierta ocasión que se desplazaba a O Vao un chófer que hacía el relevo le comentó al otro: «Oye, aquél que va allí se parece bastante al director». En el trayecto observa lo que han cambiado los usuarios del transporte público desde hace años, cuando en las ciudades pequeñas era considerado como algo proletario. En la actualidad los autobuses de Vigo acogen, como cualquier otra urbe, gente de todo tipo: ejecutivos, estudiantes, personas mayores.

Utilizar el vehículo privado resulta para él cada vez más caótico, pero todavía se encuentra a mucha distancia de lo que ha visto por el mundo adelante. El Cairo se lleva la palma. «Allí los coches circulan sin luces, ignoran los semáforos y los pasos de cebra». Los taxis de la capital egipcia suelen tomárselo con humor y comentan que allí los vehículos no funcionan con gasolina, sino con claxon, que no deja de sonar a todas horas. Villarino tampoco olvida la forma de circular por México o Pekín. Cuando viaja hace algo que le resulta inevitable, fijarse en los autobuses de otras ciudades. Es por deformación profesional. Lo más impresionante lo vio en Bali en 1994. «Era un transporte escolar, un camioncito en plena selva lleno de niños».

Los mayores sustos en sus desplazamientos no han sido en autobús, sino en avión, pero el director de Vitrasa no pierde el sentido del humor ni cuando relata sobresaltos. «No me puedo permitir tener miedo porque necesito utilizarlo; hay que confiar en los pilotos». Para llevarlo lo mejor posible tiene por costumbre poner «un libro gordo» en su equipaje. En un vuelo a México llegó a leer uno de mil páginas. De noche no es capaz de dormir en el avión. «Nunca fui en gran clase, no sé si ahí se podrá», concluye.