Nicolás entrega a Alfonso el testigo de los fogones del Marco

Soledad Antón soledad.anton@lavoz.es

VIGO

07 may 2009 . Actualizado a las 02:52 h.

Y con vidas casi paralelas. Cosas del azar, antes de lanzarse a descubrir de primera mano y por separado los entresijos de una cocina de barco, ambos compartieron primero profesores en la escuela de hostelería y, más tarde, continuaron aprendizaje al lado de figuras bien conocidas y reconocidas del sector. Ahora la casualidad vuelve a cruzar los caminos de Nicolás Villar y Alfonso Botas, ya que el primero está a punto de pasarle al segundo el testigo de los fogones de Tempo, el restaurante del Marco.

Nicolás desembarcó en el museo hace poco más de un año con su ilusionante proyecto bajo el brazo. Llegaba para quedarse. Claro que no contaba con que se le iba a presentar una oportunidad que ni podía ni quería perderse. Un magnate italiano vinculado al mundo de la moda, cuyo nombre he prometido mantener en el anonimato, le ofreció la posibilidad de formar parte de la tripulación de su velero, la goleta Nº6 Texel, recién rehabilitada en un astillero de Moaña.

Las leyes de la casualidad (haberlas, haylas) hicieron que el tal magnate italiano supiera de la existencia de Nicolás. Había llegado a sus oídos no solo que tiene algo más que una buena mano para la cocina, sino que es un apasionado de la vela, actividad que practica desde muy niño. Total, que tardó cero segundos en aceptar su oferta. «Me tocó la lotería», repetía ayer al otro lado del teléfono desde cubierta en aguas de Palma de Mallorca. Y no lo decía por el sueldo (que seguro que también), sino por la posibilidad de hacer lo que más le gusta. Ni en sus mejores sueños podía imaginar que alguien le pudiera pagar por navegar.

Por si fuera poco, entre las posesiones del magnate figuran algunos hoteles de lujo. Al frente del restaurante de uno de dichos hoteles, en concreto en Florencia, está Gordon Ramsay, el mejor cocinero inglés a tenor de las estrellas que acumula. Bueno, pues cuando el próximo septiembre el Nº 6 Texel de por finalizada su ruta por mil y un puertos mediterráneos y atraque para hibernar, Nicolás Villar tendrá la oportunidad de trabajar al lado de Ramsay. Definitivamente, le ha tocado la lotería.

Entre muchos titulares posibles, este cuenta en pocas palabras qué es lo último que ha hecho Alfonso Botas en el plano profesional. El barco en el que ha ejercido de chef no es un barco cualquiera. El crucero Ushuaia fue noticia el pasado diciembre cuando, debido a un error en las cartas de navegación combinado con una más que espesa niebla, encalló en la Antártida. Los lectores de La Voz tuvieron entonces la oportunidad de leer el testimonio directo de una de las personas que se encontraban a bordo en el momento del accidente. Nuestro hombre en el Ushuaia era, claro, Alfonso Botas.

Aquella experiencia, en la que ni pasajeros ni tripulantes sufrieron un rasguño, forma parte ya del currículo de este profesional vigués que empezó su andadura en un local de pinchos de la calle Oporto que, entre otros, regentaba su madre. Allí descubrió que la cocina era lo suyo y decidió formarse seriamente. La influencia más grande y temprana la recibió de Martín Berasategui. Allí empezó a apasionarse por un oficio que más tarde le llevaría hasta Cataluña, donde trabajó al lado de Joan Roca. Confiesa que éste le aportó conocimientos que no se pueden aprender en otros lugares.

Aficionado a viajar, un día hizo las maletas y se plantó en Buenos Aires. Allí entró en contacto con cocineros con influencias norteamericanas y peruanas -«Perú es una potencia gastronómica a la que hay que estar muy atentos», dice-, y desde allí dio el salto a la Antártida gracias a Otilia Kusmin.

Esta mujer lleva 20 años recorriendo el mundo y aprendiendo la cocina de cada país que pisa. Cuando Alfonso habló con ella acababa de contratarla la empresa Antarpply Expeditions para crear los menús de alta gastronomía en un buque de turismo de aventura. El buque en cuestión resultó ser el Ushuaia.

Allí descubrió los retos que implica trabajar en una cocina en movimiento. «En mucho movimiento», reconoce. Los que hayan atravesado alguna vez el estrecho de Drake saben de qué va la cosa. A modo de anécdota, cuanta Alfonso que mientras no se salva el Drake no se sirven sopas a bordo. «No queremos quemar a nadie», afirma irónico.

Como llegan pasajeros de todas las latitudes, el menú incluye platos de todo el mundo. Quién sabe si a partir del próximo día 14, que es cuando reabrirá sus puertas el restaurante del Marco, veremos reflejada en su carta esta babélica experiencia. Al margen de cuestiones culinarias, lo que más le ha impresionado de la Antártida son sus férreas leyes medioambientales. «Está prohibido escupir al agua, ya no digamos tirar una colilla». Como pudo comprobar Chus Lago.