Cuando el petróleo llegaba a Moaña

J. Santos

VIGO

Unos mil vecinos del municipio trabajaron en la construcción de cientos de plataformas de crudo en todos los mares del mundo desde finales de los sesenta

01 feb 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

El crecimiento de Moaña está ligado a las plataformas petrolíferas. Jesús Nogueira pone como ejemplo un curioso dato: en 1966 se dieron de alta en el municipio 366 viviendas, más de una por día. Ese año, Javier Núñez, vecino de O Casal, abandonó su trabajo en la mercante holandesa, en la que tenía un sueldo de 409 florines (unas 16.000 pesetas de entonces) para dedicarse a construir plataformas. Ganaba el doble. En la mercante española, los salarios rondaban las seis mil pesetas.

Fue una emigración masiva a Holanda a partir de 1957, primero en la mercante y más tarde, en las plataformas, en empresas holandesas y americanas, principalmente, aunque en general abanderadas en otros países. «Franco, aos galegos, só nos daba pasaportes e maletas», afirma Jesús Nogueira.

Heerema

En Heerema trabajaron más de dos mil gallegos, de los que al menos 300 eran moañeses. En 1988, la empresa despidió de una tacada a 945 trabajadores para sustituirlos por mano de obra asiática, más barata. Se produjeron graves conflictos, incluyendo un amotinamiento liderado por los gallegos en un barco en el Mar del Norte, la retención de otro en el Golfo de México y un encierro de un buque grúa en Róterdam, así como la quema de la bandera de un barco holandés atracado en Vilagarcía y el intento de asalto al consulado de este país en Vigo.

Hoy quedan solo unas cuantas docenas de personas de Moaña trabajando en las plataformas, muchas de ellas, hijos de los pioneros. Hay pocas familias que no hayan tenido a alguien soldando, montando estructuras y desmontándolas a medida que se secaban los pozos de petróleo, instalando tuberías bajo el mar, de cocinero, lavandero o camarero en esta actividad.

Se fueron marineros de la mercante y de bajura, soldadores de Ascón antes y después del cierre del astillero, en 1983, y con ellos, cientos de moañeses. Muchos construyeron sus casas, generalmente grandes y a veces, ostentosas. Creció el consumo. No se regateaba en gastos. Sus hijos tuvieron lo que sus padres no habían tenido jamás. En algunas casas, los pequeños dormían con sus madres y no aceptaban de buen grado volver a su habitación cuando el padre regresaba de vacaciones.

Jesús Nogueira recuerda que interventores de varios bancos de Moaña se desplazaban a Róterdam para hacer clientes.