«La vieja guardia nos tachaba de comunistas; tenían un gran despiste»

VIGO

Bieito Ledo confiesa que fue durante su etapa de director gerente de Galaxia donde le atacó con más fuerza «el virus del libro», que le llevó a crear su propia editorial

02 feb 2009 . Actualizado a las 12:01 h.

Bieito Ledo forma parte de esa interminable nómina de vigueses nacidos en Ourense. Y dice sentirse de ambos lugares con la misma intensidad. De hecho, si de algo presume es de estar en posesión de dos títulos que no se obtienen en ninguna universidad, esto es, hijo predilecto de su localidad natal, Xunqueira de Ambía, y Vigués Distinguido.

En los más de 33 años que lleva residiendo en Vigo, lo que le sobran a Bieito Ledo son rincones especiales. Sin embargo, entre todos los posibles, enseguida se decanta por el bar Roucos, un establecimiento que ha sido (y lo sigue siendo) testigo de mil una pequeñas historias que, a la postre, son las que hacen la grande.

Desde que hace medio siglo abriera sus puertas, en el Roucos han buscado cobijo pintores, escritores, periodistas, políticos... Primero Adela y, desde hace unos años, sus hijos Sira y José Antonio, practican ese arte tan difícil de convertir a los clientes en amigos, cuando no en nuevos miembros de la familia.

Cuando en 1975, después de lo que denomina «mi período de nomadismo», Bieito Ledo llegó a Vigo, se instaló en un piso de la calle Torrecedeira o, lo que es lo mismo, a tiro de piedra del Roucos. Después de las dos o tres primeras visitas al establecimiento, descubrió que, además de buenas vibraciones culinarias, destilaba una atípica efervescencia lúdico-cultural de la que participaban un grupo bien heterogéneo de profesionales, la mayoría relacionados con el mundo de la cultura.

Uno de los asiduos era Laxeiro, con el que terminó por trabar amistad y con el que compartió muchos días mesa y mantel. El pintor solía comer en el Roucos un día sí y otro también. Siempre a deshora, porque como le gustaba trasnochar (no abandonaba el Goya hasta que le apagaban las luces) nunca llegaba antes de las cuatro y media de la tarde. Las paredes del reservado del Roucos, de las que cuelgan varios cuadros firmados por el de Lalín, dejan constancia de aquella fluida relación.

Son las mismas paredes que en el 77, apenas dos años después del desembarco de Bieito Ledo en Vigo, contemplaron cómo se gestaban los Premios de la Crítica, uno de los logros de los que más orgulloso se siente. De aquellas reuniones iniciáticas, con punto de arranque en el Círculo Ourensán Vigués, participaron también, entre otros, Víctor Freixanes, Roi Alonso, Pili Carrera, Uxío Labarta, Manuel Janeiro, Paco Mantecón... «Estábamos en plena transición y la vieja guardia nos tachaba de comunistas. Tenían un despiste impresionante», afirma. Añade que los premios, que ya han cumplido 30 años, fueron en realidad fruto de una reflexión en la que todos estaban de acuerdo: «Pensábamos que Galicia necesitaba lugares de encuentro».

El primer jurado

Después de buscar la necesaria financiación, el proyecto terminó materializándose en la primavera de 1978. «Y se hizo con unos mandamientos que siguen vigentes: pluralidad ideológica, pluralidad generacional, prestigio y representación territorial de todo el país», subraya Ledo, que recuerda que entre los miembros de los distintos jurados de aquella primera edición, estaban Cunqueiro, García Sabell, Celso Emilio Ferreiro, Blanco Amor o Touriño. Sí, el ahora presidente gallego era entonces la cara visible de dos de los mandamientos de pluralidad, la ideológica (representaba al PC) y la generacional (era joven).

En aquellos finales 70 Bieito Ledo atendía a varios frentes. El primero, Ir Indo, su librería, amén de la presidencia del Círculo Ourensán-Vigués, entidad que durante más de una década ejerció de dinamizadora cultural de la ciudad. Recuerda que en aquella sede tenían cabida todos, desde los sindicatos de El Corte Inglés, que se reunían allí, hasta grupos de teatro como Artello, asociaciones de vecinos o Xuventudes Musicáis.

En 1979 se le abrió otra puerta, la de Galaxia, «que me dio muchas satisfacciones», dice. Fue el primer director gerente de la editorial. Fue allí donde le atacó con más fuerza lo que denomina el virus del libro -«es una droga»- que, a la postre, le llevó a fundar su propia editorial, Ir Indo, que es a día de hoy su principal ocupación.