Desde el principio este pleno olía mal y no solo por las bombas fétidas que acompañaban a Gerardo Alonso en su mesa durante la sesión sino porque desde antes de las nueve de la mañana un grupo de jóvenes forzudos ocupaban las primeras posiciones de las colas para entrar en la sala donde se iba a celebrar el pleno. Según Nidia Arévalo, la nueva alcaldesa del PP, no eran matones como decía el PSOE ni porteros de puticlubs de Ponteareas como aseguraba uno de los vecinos. Fueran lo que fueran este grupo de jóvenes interesados por la política municipal de Mos casualmente estaban coordinados y perfectamente entrenados para conseguir acceder los primeros a la sala aunque fuese por una puerta que no era en la que estaban esperando.
Los forzudos fueron los protagonistas de una sesión llena de ironías. Ironías como que la única que lloró fue la nueva alcaldesa (quiero entender que de emoción) y el que más se rió fue el principal perjudicado por la moción: Fernando, el secretario municipal. El pobre funcionario asturiano no podía ocultar su sonrisa cuando parte del público le interrumpía para cantar «A saia da Carolina» o la «Rianxeira». No me extraña que al final de la sesión no tuviese más palabras que «nunca máis».
Tampoco lo pasaron mucho mejor Marcelino y su compañero, los dos policías locales que tenían que proteger a la corporación y mantener a raya a matones y público al mismo tiempo. Mientras ellos dos esquivaban las monedas y las bombas fétidas que lanzaban desde el público sus compañeros de la Guardia Civil esperaban tranquilamente fuera a la espera de órdenes para intervenir.
Para acabar con las ironías, el concejal tránsufa y los ocho ediles del PP, los otros ocho tránsfugas como los calificó el portavoz del BNG, tuvieron que abandonar el edificio por la puerta de atrás y en furgonetas de la Guardia Civil. Los vecinos que esperaban fuera no podían evitar reirse cuando veían el despliegue policial para evacuar a los «delincuentes».