«Quise hacer Medicina pero mi padre, que era muy de derechas, no me dejó»

VIGO

Todo el mundo conoce el trabajo que ha desarrollado en Érguete, sin embargo pocos saben que fue la primera mujer que presidió en Galicia una asociación de vecinos

08 dic 2007 . Actualizado a las 02:00 h.

«Quedamos en el Castro porque aquello para mí es como un bálsamo», dijo Carmen Avendaño el día que la invitamos a enseñarnos su rincón favorito. Y dijo la verdad como pudimos comprobar. Llegó con media hora de retraso a la cita y con una cara de preocupación que denotaba que la tardanza estaba justificada. Por supuesto que lo estaba. Sin embargo, fue pisar el mirador del castillo de San Sebastian y recuperar la sonrisa. «Aquí pasé algunos de los mejores ratos de mi vida», recuerda.

Tal es la querencia que siente por el Castro que hasta allí sube cuando está deprimida. «La paz que siento aquí no la siento en ninguna otra parte. Si acaso en Samil en invierno», explica mientras vuela con la imaginación a sus 18 años: Se ve con la pandilla, merendando al pie de la muralla, compartiendo secretos con amigos, enamorándose... En definitiva, sacudiéndose de mil y una responsabilidades que vinieron luego.

Tuvo que coger el toro por los cuernos desde bien pronto. Es lo que tiene ser la mayor de diez hermanos. «Desde el principio asumí el papel casi de madre». Ahí debió de ser donde empezó a fraguarse la mujer de coraje que es.

A Carmen Avendaño le hubiera gustado estudiar Medicina pero su padre, «que era muy de derechas, no me dejó». Recuerda que eran tiempos en los que primaba una educación machista. «Si hubiera sido uno de mis hermanos, bueno, pero entonces el papel de la mujer era casarse y formar una familia». Y eso hizo, pero sin dejar nunca de trabajar. Empezó con 16 años, siendo un poco empleada orquesta en Romero, una tienda de la calle del Príncipe hoy desaparecida. Tuvo luego empresa propia, probó las alegrías y los sinsabores de la política a uno y otro lado de la ría, y ahora reparte su tiempo entre Érguete, el Consejo del Celta, sus cinco hijos y sus cuatro nietos.

Su inquietud social y política viene de antiguo. Empezó a destaparse a finales de los 60 cuando, por amor, se fue a vivir a la calle Ramón Nieto. «Aquello era horrible. No es que yo llegara del mundo de la abundancia, pero es que allí no había asfalto, ni iluminación, las aguas fecales campaban por doquier... Esto no puede ser, pensé. Me reuní con algunos vecinos y organizamos una asamblea. Llamamos a los concejales para contarles lo que pasaba».

Cuenta que en el Concello no daban crédito a la llamada, totalmente inusual en el año 70. Uno de los que acudió a la cita fue Antonio Nieto Figueroa. «En una reunión multitudinaria les explicamos que no podíamos vivir así. Al día siguiente Leri, en unas declaraciones a la prensa dijo que había conocido a una mujer que tenía que ser alcaldesa de barrio». Esa mujer era Carmen.

Luego vendría la huelga del 72, la fundación, en el bajo de su casa, de la primera asociación de padres ilegal, y el desembarco del movimiento vecinal con la fundación de la asociación de Lavadores, de la que fue presidenta, la primera de Galicia.

Cuando se metió de lleno en el movimiento asociativo ya llevaba tiempo viviendo el tema de la droga. Entonces desde fuera. Eso no impidió que, cuando en 1980 su hijo le pidió ayuda tras confesar que era consumidor, no sufriera un gran mazazo. El primero de tantos.

Luego llegó la parte de su vida más conocida. Bien a su pesar. Luchando junto a tantas madres con armas desiguales contra los narcos. «Costó mucho que entendieran nuestra lucha», asegura, lo que originó que por el camino se fuera granjeando, casi a partes iguales, amigos que enemigos. «El tiempo va poniendo a todos en su sitio». Lo cierto es que Carmen ayudó a allanar un camino por que hoy se transita con facilidad.