Los duques de Bragança faltaron a la apertura de una capilla en Padrenda

Jesús Manuel García OURENSE

VIGO

PILI PROL

Excusaron su ausencia debido al accidente sufrido por su hija María el viernes en Fátima El Nuncio bendijo el templo de Ponte Barxas promovido por el empresario Marques Magalhaes

14 may 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

La gente quería ver a los duques de Bragança ayer en Ponte Barxas (Padrenda) pero no pudo ser. Duarte Pío e Isabel de Braganza, herederos de la Corona de Portugal, destronados, así lo tenían previsto de acuerdo con la agenda oficial publicada por la Casa Real de Portugal. El viernes celebraron el décimo aniversario de su boda en Fátima y la infanta María Francisca, de ocho años, se accidentó al caer hacia atrás. Tuvo que ser hospitalizada además de la duquesa, presa de una crisis nerviosa. ?on todo, el empresario Adriano Marques de Magalhaes, hijo predilecto de Padrenda, ya tiene abierta su capilla, la única de España dedicada a los pastorcillos de Fátima, los beatos Francisco y Jacinta Martos. Emocionado porque en ella hay mucho de recuerdo de su hija Noemí, desaparecida, presenció ayer en Ponte Barxas la solemne bendición del templo por parte del Nuncio de la Santa Sede en España, Manuel Monteiro de Castro. En la capilla no cabía un alfiler: doce sacerdotes, el Nuncio, el obispo de Ourense, Luis Quinteiro, fieles, la Coral de la Diputación de Ourense y algunos miembros de la Banda de Gaitas de Maceda. Las paredes parecían de goma. Al mediodía, ante el cruceiro de la isleta de acceso al recinto, esperaban ciudadanos gallegos y portugueses. Poco a poco fueron llegando los dos monseñores, el presidente de la Diputación de Ourense, José Luis Baltar, acompañado por José Cuiña; el conselleiro de Cultura, Jesús Pérez Varela; el alcalde de Padrenda, Manuel Pérez, y de las comarcas vecinas así como de la parte lusa. Adriano Marques estaba feliz y emocionado, haciendo de anfitrión. Acudieron, además, el duque de Segorbe, Ignacio de Medinaceli y el conde de Calheiros. Tampoco faltaron el cónsul portugués en Ourense y el comisario jefe de la Policía Nacional. Agua e incienso Monteiro de Castro aspergió con agua bendida a los fieles y los muros de lo que definió como capilla santuario e incensó la piedra del altar para poder celebrar la eucaristía. Fue un rito de simbolismo potente adobado de sencillez y de belleza, acompañado de los textos alusivos a esta acción. Tras la ceremonia regaló al párroco, Camilo Rey, una medalla del pontificado de Juan Pablo II que se refiere a la Samaritana.