Abreu y la dulce locura

Fabián Bouzas LA VOZ / REDACCIÓN

HEMEROTECA

XOSÉ CASTRO

Repasamos la figura de uno de los delanteros más peculiares del Deportivo en la década de los noventa; Sebastián «El Loco» Abreu

22 jul 2015 . Actualizado a las 17:47 h.

No fue el mejor sobre el campo, su trayectoria en A Coruña no merecería grandes halagos por lo que demostró en el estadio de Riazor. Pero él tenía algo diferente, su carácter era especial, peculiar, noble, extrovertido, risueño y sí, también como le delataba su apodo, un poco loco. Sebastián Abreu llegó al Deportivo en el mercado de invierno de la temporada 1997/1998, después de desembolsar cinco millones de euros a San Lorenzo de Almagro por el máximo goleador y entonces una de las sensaciones del campeonato Clausura argentino, en el que había anotado 13 goles.

Antes incluso de su aterrizaje en Galicia, Sebastián Abreu ya comenzaba a ser conocido en Europa por una famosa jugada con San Lorenzo, en la que el ariete uruguayo falló un gol a puerta vacía en el Monumental, ante River Plate. Aquella jugada, con la ayuda del narrador argentino, empezó a mostrar al mundo la peculiaridad de un futbolista singular y carismático como pocos.

Avalado por sus goles, el Loco Abreu llegó a Riazor en invierno de 1998 con un contrato de seis años para intentar ayudar al Deportivo en una temporada muy irregular, en la que el conjunto dirigido por Carlos Alberto Silva merodeaba por la zona media baja de la clasificación, con un juego insulso y escaso de brillantez.

Sin embargo, Sebastián Abreu, que no había cumplido 20 años, no acabó de demostrar en Riazor la fama de goleador que traía desde Argentina. Jugó quince partidos en la segunda vuelta en aquella temporada y apenas contabilizó tres goles. El mejor de ellos, el que le marcó al Barcelona en Riazor y que sirvió para que el Dépor le ganase a los blaugranas por tres goles a uno.

Aunque no brillaba sobre el campo, en el vestuario encajó como un guante y aunque apenas estuvo seis meses se ganó un hueco en el corazón de sus compañeros. Como contó Paco Jémez -actual técnico del Rayo Vallecano y compañero de Abreu aquel año en el Deportivo- en una entrevista en Jot Down: «Con Abreu sí que me lo he pasado bien. Llegó y se compró un M3 amarillo y descapotable, en A Coruña, con dos cojones. Estaba muy loco. Era muy singular, pero muy positivo, se reía de su propia sombra. Cuando todo el mundo estaba serio él se estaba descojonando», explicaba el técnico. 

En ese primer semestre en el Deportivo, además de los tres goles, el Loco Abreu dejó varias escenas para el recuerdo. Tras un gol al Oviedo en la grada de Marathón en la jornada 28, el delantero uruguayo decidió soltar toda su rabia contra una valla publicitaria, a la que dedicó varias patadas de frustración por las ocasiones que había errado anteriormente. Leo Scaloni se acercó a él e intentó calmarlo, para apaciguar su ímpetu. Un ímpetu que volvió a brotar en el partido ante el Real Madrid en Riazor, en el que tras una jugada en la que su bota izquierda se le salió del pie, el uruguayo acabó pegando una patada, descalzo, a su propia bota, en la que fue una escena totalmente inusual.

La llegada de Jabo Irureta la temporada siguiente sería el inicio de un interminable carrusel de cesiones para el uruguayo. Abreu era siempre uno de los destacados de la pretemporada blanquiazul, pero año tras año acababa siendo cedido y sin entrar en la plantilla definitiva del club herculino. Así, entre 1998 y el 2004, el uruguayo acumuló siete cesiones consecutivas ­ -Gremio, Tecos, San Lorenzo, Nacional, Cruz Azul, América y Tecos- pero su vínculo con el Deportivo y A Coruña continuaba.

Fruto del acuerdo de esas cesiones, Abreu llegó a disputar dos trofeos Teresa Herrera, en el 2002 con Cruz Azul y con América de México en el 2003, siendo el único jugador que, habiendo pertenecido al Deportivo, solamente disputó el Teresa Herrera con la camiseta de dos equipos distintos.

Pero incluso jugando para otros clubes, el Loco dejó una nueva imagen imborrable en el césped de Riazor. Fue en el Teresa Herrera del año 2003, en el encuentro entre el Dépor y el América de México que acabó con 2-2 y en el que el propio Abreu anotó uno de los tantos del equipo mexicano. En los instantes finales,  Irureta decidió sustituir a Mauro Silva y el uruguayo decidió despedir al brasileño de rodillas y haciendo reverencias ante él con una carcajada dibujada en su rostro. El centrocampista deportivista, sonrojado, se fundió en un abrazo con él.

Tras desvincularse definitivamente del Deportivo en el 2004, el Loco Abreu emprendió un largo peregrinaje que le llevó por equipos de México, Brasil, Argentina, Grecia, Israel y de nuevo España, donde estuvo en la Real Sociedad cuando los donostiarras militaban en segunda. Allí dejó un grato recuerdo en lo futbolístico tras marcar 11 goles en 18 partidos. En pleno 2015 y a sus 38 años, el ariete apura sus años de fútbol en el Aucas ecuatoriano. 

Querido allí  donde ha estado, la historia de Abreu a nivel de clubes describe bien su forma de concebir la vida. Inestable, luchador, testarudo, imprevisible. Pese a ser goleador, sus goles no serán lo más recordado de su carrera, quienes lo conocen habla de la peculiaridad de un personaje tremendamente querido en Uruguay. Especialmente desde el 2010, cuando un tanto suyo en la tanda de penaltis ante Ghana dio el pase a los charrúas para las semifinales del Mundial de Sudáfrica. Aquel día Abreu dio a conocer al mundo el porqué de su apodo, tirando el penalti decisivo de una tanda de cuartos al estilo Panenka. Una auténtica locura, una auténtica genialidad.

Lavandeira jr