
Sus declaraciones son solo un síntoma más de la extraordinaria evolución del extremo del Dépor también fuera del campo, fruto del sostenido esfuerzo gremial
11 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.«Prefiero cualquier partido jodido a tener que sentarme aquí». En la escala de sufrimiento de Yeremay Hernández, la sala de prensa y el sillón del dentista se mueven a una altura similar. El canario siente aversión al micro, pero sus prestaciones sobre el césped lo han convertido en orador habitual. En vista de ello, ha aprendido a sacar rédito de cada intervención ante los medios, incluyéndolas en las múltiples tareas que lo han consolidado como futbolista profesional. Lo ha logrado, además, exhibiendo el mismo desparpajo que le distingue cuando maneja el balón. «No te voy a mentir», repite como muletilla, convenciendo efectivamente a su interlocutor de que lo que viene es la verdad. Así abrió otra de sus respuestas con contenido en el último paso por la zona mixta de Riazor.
A partir de ahí, compartió su manera de enfrentarse a un mercado de invierno peculiar: «Era algo nuevo para mí. Tengo 22 años y aunque a veces no quieras mirar, te llega información por todos lados. Lo bueno fue que pedí ayuda y me ayudaron. Estoy mucho mejor, más tranquilo, y enfocado al cien por cien en el Dépor».
«Soy un niño», recalcó, tirando otro de sus recursos habituales. «Me sigo equivocando, tengo 21 años», apuntaba en abril pasado durante una entrevista en La Voz. Desvelaba entonces que iba a retomar los estudios. «Voy a sacarme la ESO», sostenía, haciendo público el compromiso adquirido con uno de sus muchos puntos de apoyo en la entidad blanquiazul. «Elkin me lo ha metido en la cabeza. Ya le he dado mi palabra», desgranaba, refiriéndose al director de la residencia donde pasó sus primeros años en A Coruña.
Yeremay no evita los nombres propios en sus valoraciones, sin reparar en las simpatías que despierten en el entorno aquellos a quienes él quiere bien. «Si hoy sigo aquí y estoy en el primer equipo, es gracias a Albert Gil», afirmó en sala de prensa cuando al entonces director de cantera le faltaban pocos meses para ser despedido del club. «Fue para Massimo Benassi, que siempre me apoya y hablamos mucho», explicó tras celebrar haciendo una «M» el tanto maradoniano endosado al Rayo Majadahonda. El director general estaba siendo objeto de críticas desde un sector de la afición.
La relación entre el dirigente y el futbolista se puso a prueba en las últimas semanas, durante esas negociaciones que destapó, también en una zona mixta, el propio jugador. «Ahora mismo estoy muy contento, aunque al final hay cosas que no dependen de mí. Lo que está claro es que si dejo el Dépor será para dar un paso más en mi carrera», deslizó alimentando las opciones de un cambio de aires. «No sé lo que va a pasar; si te digo lo contrario, te miento», redondeó aquel día en La Rosaleda, versionando su fórmula habitual.
Lo que sucedió fue una puja abierta que concluyó con el anuncio de la continuidad del extremo, a cambio de ciertos retoques contractuales y una considerable fatiga mental que llevó al pibe de El Polvorín a levantar la mano: «Pedí ayuda a Joaquín Sorribas, el psicólogo, porque llegó un momento en que no era yo, no me sentía bien, incluso fuera del fútbol. Estoy trabajando con él y lo voy llevando mucho mejor».
«No puedo cambiar mi manera de jugar ni mi manera de pensar —prosiguió en sus declaraciones tras la victoria sobre el Almería—. A veces nos entran pajaritos en la cabeza y estoy trabajando en eso. Tengo que ser yo, porque es lo que me trajo hasta aquí».
Aterrizó a los 14, rodado sin éxito en canteras como la del Real Madrid. En A Coruña, tardó en cuajar. «Soy un empanado. Me cuesta muchísimo concentrarme. La gente puede creer que soy un vivo, pero en realidad no me entero de casi nada», valoraba acerca de los posibles motivos de la fama de díscolo que se ganó en sus primeros cursos. «Ponerte una marca es muy fácil; quitártela... », lamentaba, consciente de lo arduo de su labor.
En la misión de contribuir al cambio se reparten méritos el personal del Deportivo y un representante, Abián Morano, en quien Yeremay halló una figura paternal —sigue vinculado al canario, aunque Gelu Rodríguez fue quien selló la última renovación—. Agente de trato complejo, es innegable su empeño en eliminar cualquier etiqueta nociva para el extremo y acercarlo al profesionalismo. Desde la preparación física acentuada con entrenadores personales, inimaginable en aquel que cerraba el furgón de cola de los arranques de pretemporada, hasta la monitorización de las horas de ocio del adolescente (ahí entra Elkin Flores), enderezado con pulso firme en Abegondo. «Lo hablo con Óscar Gilsanz, es de lo mejor que me ha pasado en mi carrera, no merecía jugar», opina el futbolista sobre su llamativa ausencia en la Copa de Campeones juvenil.
Intrincado camino hacia el clamor popular, refrendado tras el gol al Almería. Pudieron ser dos. «Por goloso. Soy goloso y la fallé», se disculpaba, de nuevo en zona mixta, con esa sonrisa de oreja a oreja. Cosas de la edad.