Si Robert Louis Stevenson tuviera que volver a escribir esta novela con tintes futbolísticos, sin duda escogería la ciudad deportiva de Abegondo como su particular isla.
Nuestros canteranos se forjan en estas instalaciones desde el 2003. Más de veinte años de un gran trabajo de captación y formación que no vio sus primeros frutos como club hasta el 2014, con la consecución del Campeonato de España Cadete, primero, y, más tarde, con la Copa de Campeones Juvenil del 2021.
Sin embargo, hemos tenido que bajar al barro de la Segunda B (Primera Federación) para poder disfrutar de nuestros jóvenes valores en el primer equipo.
Son contados los casos de canteranos que lograron establecerse en el Deportivo directamente desde el Fabril y el fútbol base. Desde la época de Fran y Jose Ramón no teníamos el orgullo de poder presumir de futbolistas con un papel principal en el primer equipo tras haber pasado al menos por el filial blanquiazul. Tras los hermanos González, Álex Bergantiños se convirtió en una excepción y, si Fernando Vázquez logró romper la dinámica en el curso 2013-2014 (recibió el premio de un extraordinario ascenso), los futbolistas que promocionó acabaron teniendo que buscarse la vida y el éxito en otros clubes.
Los casos de Yeremay, David Mella o Dani Barcia son resultado de un grandísimo trabajo de cantera que inició Miguel Gamallo con la puesta de largo de la ciudad deportiva y fue bien recogido posteriormente por Albert Gil y por el propio Fran.
Las condiciones de trabajo que ofrece Abegondo nos sitúan a la altura de los grandes clubes del país. Destinar siete campos de hierba natural a la formación de canteranos está al alcance e interés de muy pocos.
Una gran inversión logística y material que a medio plazo ha dado frutos. Por fin, la temporada pasada, eliminamos ese fatídico tapón de innumerables entrenadores que no quisieron creer en las posibilidades de nuestros chavales.
Con muchos amagos en diversos ciclos e innumerables ruedas de prensa alabando nuestra cantera, permítanme que le adjudique el gran mérito de la eclosión de estos jóvenes valores en el primer equipo a Imanol Idiakez.
Una gestión de vestuario sublime durante el año del ascenso logró hacer caer de la burra a los planificadores de la plantilla, sin desatar dudas en la caseta. Con Yeremay instaurado como estrella desde pretemporada, Imanol fue dando paso a los Mella, Barcia, Rubén López, Martín Ochoa o Diego Gómez (este, con menor presencia por las lesiones) sin generar recelos ni conflictos en el vestuario. Las evidencias sobre el verde y las oportunidades repartidas a todos los teóricamente titulares hablaban por si solas.
Esa idea de apoyo y confianza sobre la cantera la vimos repetida en el regreso al fútbol profesional, confirmando los casos mencionados y estableciendo un camino a seguir del que todos nos sentimos orgullosos.
Pero en este injusto mundo del fútbol, los resultados mandan y la impaciencia (e incongruencia, muchas veces) de los dirigentes decide. La pelotita no entraba todo lo que queríamos, e Imanol tuvo que abandonar Riazor. Muchos creímos que, de esta manera, el proyecto saltaría por los aires. Una vez más, el eslabón mas débil de esa cadena era el entrenador. Pero mientras se exhibía falta de criterio en las alternativas, surgió otra de las grandes figuras producto del trabajo en Abegondo: el técnico de la casa.
Esperemos que la nueva dirección de cantera comprenda el valor añadido de ese sentimiento de pertenencia que Yeremay, Mella o el propio Óscar Gilsanz representan y sepa mimar, mejorar y respetar el mapa que nos ha llevado hasta aquí; nuestro particular tesoro.