El padre de Barbero quería ser delantero, pero se acercó a Primera como meta del Osasuna, donde el punta del Dépor lució después el apodo familiar
27 feb 2024 . Actualizado a las 07:41 h.«Tenía cuatro o cinco años y yo me acababa de retirar, así que le compré el mono de portero y los guantes y lo llevé a probar. Primero, a la playa: nos poníamos en una parte con césped, yo chutaba y él paraba. Enseguida empezó en unas escuelas de fútbol, pero pronto me dijo que no quería seguir; que le aburría estar en la portería, que él quería tocar balón». La estirpe de metas en la familia Martínez no superó una generación. La de barberos aguantó al menos dos, y de ahí el apodo que gasta ahora Iván. Por el bisabuelo José (a secas) y el abuelo José Alfonso, afeitadores ambos, antes de que al tercer José de esta saga (José Antonio, padre del ariete del Dépor), le diera por el balompié.
Sucedió en El Parador, pueblo al que está ligado la familia y donde el primero en dedicarse al fútbol lo hizo fuera de lugar. «A mí nunca me gustó ser portero. Nunca. Lo que yo quería era ser delantero, pero cuando tenía once o doce años me dijeron que solo me dejaban jugar ahí, porque nadie se quería poner», relata por teléfono José Antonio, convencido de que el azar fue determinante en su profesión: «Yo entonces no destacaba, ni tampoco había preparadores para mejorar, pero con catorce años me invitaron a hacer una prueba con el Betis. Tuve suerte, porque ni sabía tirarme hacia el lado derecho y me chutaron hacia el bueno, así que me quedé». Y, amparado por la fortuna, hizo carrera lejos de casa: del Villamarín, al Móstoles, al filial del Osasuna, y a una primera convocatoria con el conjunto rojillo en El Sadar. «No llegué a debutar; en el otro equipo estaba Liaño [aquel día se puso Canales] y tenían un delantero rubio». Desde el banquillo, el padre de Iván vio marcar a Kiriakov. Última jornada de la fase regular; venció el Deportivo de Arsenio, pero no esquivó la promoción. La de la cita con el Betis; la del «cuánto sufrimos, Martín».
Cuando una campaña más tarde arrancó el Superdépor, Barbero sénior había abandonado Tajonar. Lo relevaría su hijo, 25 años después. «Iván explota con 16. Hasta esa edad no estuvo en una selección de ningún tipo. Hizo un puñado de goles con el Aguadulce, el equipo del pueblo donde nació, luego fichó en otro club (el Natación) y finalmente, con el Almería, ya en su último año de juvenil», desgrana José Antonio. En aquel conjunto había colgado él los guantes, cumplidos los 32 y militando en Segunda División.
¿Cómo llegó el chico a Pamplona? «En un partido contra el Betis dio una asistencia y marcó un golazo. Esa semana me llamaron varios agentes y, como su madre y yo tenemos nuestra ocupación y no quedaba tiempo para atender esos temas correctamente, elegimos a uno. Llegaron ofertas del Zaragoza, el Valladolid y Osasuna. Para mí estaba claro, me guie por la trayectoria de mi hijo y sus carencias de formación. Además, había unos valores de club, una identidad, y una ciudad deportiva muy cuidada», detalla el progenitor, convencido de que su opinión apenas pesó realmente en la decisión: «Valoraba que allí le dan continuidad a los chavales, que trabajan el entrenamiento invisible, el cuidarse, la disciplina, la alimentación... En Almería no había instalaciones y siendo juvenil de último año se tenía que llevar el agua a los entrenamientos y a mi mujer le tocaba lavar los petos del equipo cada equis semanas. Valoré muchas cosas, pero claro, con 18 años vas a coger un porcentaje mínimo de lo que tu padre te diga, así que todo fue cosa del destino, de la vida... Para nada influí yo».
El resultado, en cualquier caso, fue el esperado. «Se hizo futbolista en Pamplona», sostiene el progenitor del punta blanquiazul, quien rechaza también cualquier mérito en la formación: «Trabajo por las mañanas y por las tardes estoy en una escuela entrenando porteros, así que tiempo tenía el justo. Alguna vez hemos ido con balones a poner unos objetivos para que defina, pero habrá sido en un par de ocasiones. Luego... Algún consejo de dónde nos duele más que nos tiren, y ya. Él se fue moldeando, aprendiendo de gente como Chimy Ávila, Kike García, Budimir... Al principio era un jugador distinto al que hoy es; le gustaba más hacer como Lucas Pérez, de enlace, ver el fútbol de cara. Ha cambiado para bien».
Barbero, que empezó siendo Barberillo, por aquello de la edad, creció en Tajonar hasta asomarse a la máxima categoría. Participó en seis encuentros durante la campaña 21-22, aunque nunca como titular. «Allí le dan continuidad a los chavales, le dije que era el club que más fácil le iba a poner el salto, y así sucedió. Luego no le dieron la oportunidad de verdad», lamenta José Antonio, haciendo memoria de un duelo con el Levante en el que «empezaron Budimir y Chimy, y cuando el míster quitó a los dos eligió meter a Kike Barja arriba, en lugar de meterlo a él. De toda esa generación de los Moncayola, Aimar Oroz, o el propio Barja, fue el único que no salió de inicio en ningún partido».
No hay un reproche en el relato, solo constata la realidad: «Nos trataron espectacularmente a los dos; al entrenador no le iba, no pasa nada». Iván captó el mensaje y, pese a no ser ya sub-23, bajó al Promesas, a las órdenes de un Santi Castillejo que había sido compañero de su padre en el filial. Firmó trece tantos y en verano se enroló en el proyecto coruñés: «Siempre le hizo tilín el Dépor. Cuando estaba en el primer equipo y sonó algo de ahí en el mercado de invierno, nos decía que si salía de verdad, iba. Finalmente lo llamaron más de un año después, y ni se lo pensó».
Su siguiente vez en feudo rojillo fue como rival: «Nos llamó al terminar, muy contento. Se había sentido como en casa. Al final en ese campo ha metido goles de todos los colores, y había jugado también diluviando. Estaba muy familiarizado. Cuando conoces la portería la cosa cambia». Si lo sabrá José Antonio, que la defendió. Aunque él quería ser delantero, como su chaval.