«Me emocioné y le gritaba: "Hijo, no llores", pero yo tampoco podía parar de llorar»
TORRE DE MARATHÓN
Los padres, la pareja y los hijos de Álex Bergantiños relatan cómo vivieron el homenaje que le brindó Riazor y comparten sus recuerdos de la carrera del capitán
07 ago 2023 . Actualizado a las 15:59 h.El capitán esperó al último día para invitar a su mujer y a sus hijos a compartir la medular. La familia invade el espacio de trabajo, Riazor aplaude entusiasmado mientras desempolva aquel tema de los Picapiedra y, en la zona de invitados, una señora trata de esconder las lágrimas tras sus gafas de sol. Para entender mejor esa conmoción que parece ir a contracorriente hay que escucharla rescatar recuerdos el día después. «Él siempre me volvía de los entrenamientos del Imperator con la mochila llena de ropa sucia, y yo le decía: ‘‘Cago en la leche, Álex, que ahora llegamos a casa y me tengo que poner a fregar. Deja esto del fútbol, anda, que yo me canso y a ti no te va a dar un duro’’. Él me miraba y me contestaba: ‘‘Mamá, un día voy a ganar algún dinero jugando’’; pero yo me reía y le insistía: ‘‘Ay, Álex, eso no lo voy a ver’’».
Y han pasado más de 20 años, que son un montón. Dieron para recibir al chaval en casa con el sobre de las ocho mil pesetas de una promesa cumplida —«Qué ilusión traía el pobre»—; sufrir despidiéndolo al irse prestado a Jerez —«Andaba floja de ánimos y lo pasé muy mal, pero me llamaba todo el tiempo para tranquilizarme»—; acompañarlo desde la grada en su debut blanquiazul —«¡Vino todo Vilasantar! Mi parroquia y la de mi marido, aún guardo la pancarta que le hicieron»— y, finalmente, escuchar del hijo único noticias de un final. «Cuando contó que lo dejaba lo vi triste y me llevé un golpe», comparte Fina, que el sábado, durante el primer cambio de un Teresa Herrera volvió a pasarlo mal: «Estaba un poco nerviosa. En cuanto lo vi llorar, me puse a llorar yo también. Y mis hermanas, y mis sobrinos. Todos. Me emocioné y le gritaba: ‘‘Hijo, no llores’’, pero yo tampoco podía parar de llorar. Y ya cuando salieron allí mis nietos y su madre... Fue todo tan bonito».
De ahí el llanto orgulloso que a su lado también compartía Emilio; aunque él solo admita a regañadientes haberse dejado llevar por la situación. «Pues sí, es verdad», concede, aceptando luego que no era el primer nudo en la garganta de satisfecho progenitor. El que compró aquel viejo Clio que llevaba el chico hasta Abegondo —«No sobraba el dinero, nos habíamos empeñado para tener vivienda propia, pero a él le hacía falta para ir a entrenar»— y que afirma no haber visto nunca tan feliz a Álex Bergantiños como en su estreno con el Fabril.
Seña de identidad de un canterano ejemplar. Estrella humilde de barrio humilde en quien Fina quiso adivinar talento desde la cuna. «Nació con ese instinto del fútbol —sostiene—. Fíjese que nosotros somos una familia pobre, pero aún así nunca le faltaron juguetes. Y él, siempre con el balón». De blanquiazul, hasta el sábado a las diez.
Sobre esa hora, con las gradas ya vacías y los focos apagados, Álex añadió otra foto al álbum del clan. Aparece, aún de corto, junto a sus padres, su novia de siempre y su hija Daniela. Entre dos torres de Hércules, símbolo de su equipo y su ciudad. No muy lejos corría Teo, el menor de los Bergantiños García, parte indispensable del tributo.
«¡Lo hizo muy bien! Fue caminando lentamente para llevarle la camiseta, sin correr», presume su hermana mayor. La última en despertarse el domingo, acusando el cierre de la despedida, con cena y fiesta familiar. «Fue genial. De lo más bonito que me ha pasado», comparte sobre lo sucedido en Riazor. Aunque no acaba de tener claro si le gustó más que la reciente visita a Disneyland. «Me encantaron las atracciones», celebra al acordarse del viaje con el que aliviaron la pena del adiós. «Cuando nos lo contó nos pusimos un poco tristes, porque iba a dejar el fútbol, que es su pasión y lo que siempre quiso hacer desde niño», detalla acerca del momento en que el capitán anunció a la prole que no jugaría más.
Se lo había comunicado ya a Lorena, su chica desde los 17; la que en la clase del Masculino se sentaba en el pupitre de atrás, la que (obviamente) dio el primer paso en la relación. «Llevaba tiempo dándole vueltas, fue a hablar con Fernando Soriano y volvió a casa llorando; diciendo: ‘‘Se acabó’’. Pero lo sentí como un ‘‘se acabó’’ tranquilo, bien. Sabía que hacía falta cerrar una etapa y lo hizo como se tenía que hacer», relata ella.
Cómplice con la que compartió el entusiasmo de la primera vez. «Cuando lo convocó Irureta estábamos los dos ilusionadísimos. Me llamaba y flipaba con tener una habitación para él solo y con que los veteranos llegasen a las charlas cuando les parecía», recuerda de esa citación para Levante que no cuajó en debut. La chica que dejó incluso su primer trabajo para seguirlo al Xerez: «Me costó mucho, me iba a mil kilómetros con alguien con quien nunca había convivido, pero salió guay». La que hoy se siente «muy orgullosa de lo que ha conseguido, de lo que es él».
Él es alguien que «se ilusiona hasta por un amistoso. Tiene sus rituales, necesita estar concentradísimo... Una movida». La de antes del último baile en Riazor. «Fue increíble ver a toda esa gente emocionarse con nosotros; yo lo miraba y le decía: ‘‘Mira lo que has conseguido con tu trabajo, siendo así, como eres tú’’».
Junto a ellos, sobre el césped, Daniela, satisfecha con su papel: «Lo que más me gustó fue que se pusieran todos en línea y que nosotros pasásemos para darle la camiseta a mi padre. Le dijimos que se pusiera el brazalete por encima, pero se le olvidó». Más dudas despertaba en los organizadores su revoltoso hermano, de tres años. Cumplió estupendamente, aunque al repasar el vídeo del homenaje destapó una intrigante perspectiva de cuál era su misión. «¡Ahí vamos! Veis cómo fuimos por la línea para no molestar a esas personas del pasillo». Teo encontró a papá siguiendo la cal de la medular.