Tres horas antes del partido convertimos A Coruña en una marea blanquiazul, son muchas las fotos y vídeos que podemos ver en diferentes medios y redes, y todas ellas nos hacen sentir orgullosos de lo que transmite este sentimiento deportivista. Transmite ilusión por un equipo, por una ciudad, transmitimos pasión por el Dépor.
Un Castellón plagado de jugadores con pasado deportivista se plantó en Riazor con la idea de aprovechar las transiciones ofensivas que sus dos extremos podían lanzar, gracias a un trabajo espectacular de su delantero, Jesús de Miguel, que volvió loco a Pablo Martínez, hasta tal punto de merecerse acabar expulsado, pero una vez más Riazor entra en juego y el arbitro no se la juega, prefirió acabar tranquilo el partido que con 28.828 espectadores incordiando.
Un chaval canario de 20 años en menos de tres partidos se ha convertido en la solución al juego posicional y horizontal del que se había contaminado el equipo. Yeremay es vertical y descarado. Eché de menos que el balón circulase rápido de un lado a otro, para provocar que le llegasen situaciones de uno para uno con el Castellón basculando.
Tampoco interpretó bien Lebedenko al principio, cuando insistía en doblarle por banda. En la segunda parte lo entendió, y dejó que Yeremay tuviese mas situaciones para encarar sin que se sumase la ayuda del extremo contrario. Es decir, cuanto más espacio, más posibilidades para que Yeremay saque a relucir su talento. Duró 60 minutos su gasolina. Qué pena que no haya podido llegar al 100 % físicamente por estar diez meses calentando treinta minutos para jugar cinco. Es para hacérselo ver.
Max Svensson volvió a hacer rugir al estadio, y no solo por el gol, sino por su entrega y su capacidad de contagiar. Siempre en mi equipo, juegue o no, pero en mi equipo.
Nos dejó un mal sabor de boca no ver al equipo volcado buscando el segundo gol. Confiemos en Rubén de la Barrera, sus decisiones y ajustes, y que siga invicto en esta nueva etapa al frente del proyecto. ¡Forza Dépor!