Míster, nunca lo olvidaremos

Martín Lasarte

TORRE DE MARATHÓN

CESAR QUIAN

07 may 2023 . Actualizado a las 17:33 h.

Referente. Entrenador. Amigo. Paternalista. Son tantas las palabras que vienen a mi cabeza mientras recuerdo a Arsenio que no sé con cuál quedarme. Generosidad. Cariño. Dedicación. Deportivismo. Podría seguir y seguir y llenar este comentario solo con un montón de vocablos sin necesidad de definirlos, porque todos ellos son una definición de lo que fue para mí el míster y de lo que, creo que puedo hablar por el resto, fue para todos los coruñeses, aficionados o no al fútbol. Es más, pienso que es común a todos los gallegos. Porque él traspasó el localismo y fue querido en Galicia y me atrevo a decir que en toda España.

Yo llegué al Deportivo de Sudamérica. Era otra época y él me ayudó mucho en la adaptación. Me contaba sus experiencias con otros futbolistas de estas latitudes a los que había entrenado. Recuerdo con una sonrisa cómo me preguntó si estaba casado. Se ve que no se fiaba de la vida que podía llevar un soltero.

Tardé en colmar sus necesidades. Me costó más de lo que yo quería y esperaba. Hasta que me hizo debutar en un partido de Copa en San Sebastián. Justo ahí, en la tierra de mi padre. Fue la primera vez que me llamó por el nombre y no por el apellido. Ahí me di cuenta de que estaba contento.

Yo le preguntaba cosas y luego trataba de transmitirlas durante el partido. Me aportó una cantidad enorme de formas de resolver situaciones del juego. Me hizo mejor. Me ayudó en los momentos delicados a nivel personal. Me descomprimió ayudándome a liberar un poco de carga en el tema del deporte para resolver otras cosas.

Cuando las situaciones fueron complicadas, vi su dolor. El que mostró cuando nos quedamos en la orilla de la semifinal de Copa con el Valladolid o en la repesca del ascenso con el Tenerife. Lo que sufrió con el «Arsenio, propóntelo y vete». Pero ahí también fue un mago. Fue dándole la vuelta a la situación hasta que consiguió hacerse un hueco en el corazón de todo el deportivismo. Y llegó el ascenso y se fue en silencio. Luego volvió para salvarnos. Cómo no recordar aquel ambiente hostil en Sevilla en la promoción frente al Betis y ese abrazo necesario y afectuoso al final, con el «Martín, cómo he sufrido». Su sufrimiento era el de todos, pero él no permitió que se le notara hasta que habíamos cumplido el objetivo.

Fue un grande. Un crac. Un referente. Un zorro. Como me dijo un día mi compañero Gustavo: «Un tipo entrañable». Míster, nunca lo olvidaremos.