Arsenio Iglesias, el artífice del Superdépor

Alexandre Centeno Liste
Alexandre Centeno REDACCIÓN / LA VOZ

TORRE DE MARATHÓN

César Quian

Arsenio Iglesias falleció este viernes a los 92 años, en su domicilio, después de pasar varios años siendo víctima de una enfermedad degenerativa. Durante veinte temporadas defendió el escudo del club coruñés, como jugador y entrenador, y con él en el banquillo la entidad conquistó su primera Copa. El estadio municipal de Riazor, recinto de tantas alegrías y tristezas vividas por el Zorro de Arteixo durante su etapa como futbolista y de entrenador, ha acogido hasta este sábado su capilla ardiente

06 may 2023 . Actualizado a las 14:49 h.

Vigo, siete de la tarde del miércoles 20 de enero de 1999. El Deportivo juega en Balaídos el partido de ida de los octavos de final de la Copa del Rey. Acude a la cita Arsenio Iglesias Pardo«que non pardillo», como aclaraba él con frecuencia—. Faltan un par de horas para que comience el duelo y el exentrenador blanquiazul camina por una céntrica calle de la capital olívica.

Acaba de salir de una cafetería y se dispone a tomar un taxi que lo lleve al campo de fútbol. Apenas son doscientos metros los que recorre, pero le lleva hacerlos como si fueran dos kilómetros. Todavía no hay móviles con cámara para hacerse selfis. Pero la gente no deja de pararlo. Autógrafos, alguno con cámara pide foto, y cariño, sobre todo, mucho cariño. Tan abrumadoras son las muestras de admiración que los aficionados exhiben hacia él que nadie diría que el personaje era el padre del Superdépor y no un mito del celtismo.

Esta anécdota engloba lo que Arsenio Iglesias ha supuesto para el fútbol gallego. Más allá de localismos y de rivalidad deportiva, su figura ha estado por encima de todo.

Nacido en Arteixo la Nochebuena de 1930, su carrera comenzó el 28 de octubre de 1951 en el campo de Las Cortes, en Barcelona, en donde el Deportivo cayó goleado por 6-1. El tanto blanquiazul, obra suya. Un gol que dio lugar a una leyenda que nunca llegó a suceder. «Dicen que pedí perdón a Ramallets por meterle un gol. Son aldeano, pero non tonto», aseguraba él mismo en mayo del 2016 en La Voz de Galicia, en la última amplia entrevista que concedió en su vida. Fue con motivo de un homenaje que le hizo el club. Entonces, los efectos del Parkinson ya comenzaban a ser visibles y optó por un retiro, que no le privaba de salir todos los días a pasear, algo que hizo (incluso en silla de ruedas) hasta los últimos días de su vida.

Su trayectoria como jugador, aunque longeva para aquellos tiempos (se retiró con 34 años), no fue tan exitosa como la de entrenador. Militó seis temporadas en su Dépor del corazón, una en el Sevilla, seis en el Granada y se retiró tras dos en el Oviedo.

 

Trayectoria como técnico

Como técnico, inició su andadura en el Deportivo en la campaña 1970-71, en la que logró el primero de los cuatro ascensos que firmaría (dos con la escuadra blanquiazul, uno con el Hércules y otro con el Zaragoza). El Burgos, el Elche y el Almería también contaron con su saber antes de que viviera sus mejores años sentado en un banquillo, dónde sino en Riazor.

En la temporada 1982-1983 regresó a su casa, en la que entrenaría desde entonces once temporadas más, con algunos descansos por el medio. Con él en el banquillo, el Deportivo logró en 1991 el regreso a Primera División después de penar veinte años por la Segunda y la Segunda B. Fue un ascenso tan sufrido para él que, al acabar la temporada, decidió echarse a un lado. Entendía que su tiempo había concluido y quería descansar. Llegó entonces Boronat a Riazor. Pero la trayectoria blanquiazul con el vasco al frente mostraba la cercanía de un nuevo descenso. Faltaban ocho partidos para concluir el campeonato y el Dépor volvió a llamar al salvavidas de Arteixo. Y regresó. Primero, para salvar al equipo del descenso y, a continuación construir un equipo campeón que enamoró a toda España por su humildad, su simpatía y su buen fútbol.

Para el recuerdo, la salvación frente al Betis en 1992 en el Benito Villamarín y un abrazo con Lasarte que quedó para la memoria: «¡Cuánto he sufrido, Martín!». Una sentencia que el tiempo transformó en la conocida «¡Cuánto hemos sufrido, Martín!».

Un servicio más hacia el club de sus amores de un Arsenio cuyos mejores momentos estaban por llegar.

Socarrón. El padre del Superdépor hablaba muchas veces más con sus silencios que con las palabras. Aunque dejó muchas frases para la historia. Una sirvió para advertir, en mayo de 1994, de que un título de Liga que todo el mundo daba por hecho que acabaría en A Coruña podía escaparse: «Cuidado con la fiesta, que nos la quitan dos fuciños», dijo poco antes de que el Valencia se llevara un empate de Riazor y regalara el título al Barcelona.

Fue un duro golpe para un hombre al que los últimos y exitosos años, con el Deportivo peleando con los grandes y viajando por Europa no había cambiado un ápice. El foco de los medios no le hizo nunca perder su esencia ni su perspectiva. Seguía siendo el mismo que años antes, entre camisetas y calzones colgados en el pasillo, daba la lista de convocados y la rueda de prensa previa al partido semanal.

Orden y talento

Y si la fama no lo cambió, una derrota, por muy dura que fuera, tampoco iba a servir para hacer tirar la toalla de Arsenio. Tras el varapalo del penalti de Djukic siguió un año más en el banquillo para hacer al Dépor campeón de la Copa del Rey. Fue el primer gran título festejado por un club humilde que se había convertido en grande (en el olvido había quedado la Copa de España de 1912, reconocida hace unas semanas por la federación). Aquel 27 de junio de 1995 o Zorro tocó el cielo del Bernabéu a hombros de sus jugadores. El secreto, el orden y talento, que él siempre tuvo claro: «Cuando hay talento, todo es más fácil. Pero incluso, con calidad, hace falta tener orden. Eso es fundamental en el fútbol», pregonaba.

Fue, junto a Alfredo Santaelena, el gran triunfador de aquella Copa. Y así se lo reconoció el estadio al día siguiente coreando su nombre sin cesar. Fue el último acto de servicio de un Arsenio que se fue de Riazor siendo él mismo, sin hacer ruido. En medio de la fiesta. Abandonó el campo y dijo adiós a ese banquillo en el que tantas veces le habían apretado sus zapatos: «No me levanto para protestar al árbitro. Es que me aprietan mucho los zapatos», decía cuando un colegiado lo castigaba por invadir el campo en momentos tensos.

Meses después, disfrutando ya de su jubilación, recibió una llamada con una oferta irrechazable. El Madrid lo quería para salvar una nefasta temporada. Y a punto estuvo, pero se quedó a las puertas de la final de la Copa de Europa y ahí sí se despidió del fútbol.

Comenzó entonces a disfrutar de su familia, una deuda que creía tener pendiente. Siguió corriendo por la Zapateira, paseando por la ciudad y mimando a los nietos que comenzaron a nacer. Hasta que hace algo más de diez años una enfermedad se cruzó en su camino. Lentamente, lo fue consumiendo con la misma intensidad que siguió empapándose del cariño de la gente. Hasta que la vela se apagó y prendió una quemazón en el corazón del fútbol español y la afición gallega, que nunca lo olvidará. Eterno, Arsenio.