Con Lucas sube la marea del Dépor

TORRE DE MARATHÓN

César Quian

El club coruñés ha alterado su ecosistema gracias a un futbolista cuyos goles ya generan olas

09 ene 2023 . Actualizado a las 14:00 h.

Lo de Lucas Pérez lo escribió Robe Iniesta cuando el coruñés aún gateaba. «Va a subir la marea y se lo va a llevar todo», anunció Extremoduro para abrir los años noventa. Clavó el efecto de un futbolista especial en un club único. Responsable de los cambios de humor de casi 25.000 personas que salieron a la lluvia para ponerse a cubierto a orillas del Atlántico y esperar a que lo del Dépor escampara.

Tardó un tiempo. El que se tomó Unionistas hasta diluirse, despejando las dudas acerca de si terceras partes podrán ser buenas. Cuarenta y cinco minutos duró el ensayo para una fiesta. Agotado el entreacto, Mario Soriano envió al aire el globo con el que arrancaba, ya con balón por medio, el capítulo mil de esta compleja producción, de A Coruña para el mundo. Coproducción, en realidad, porque la inversión va casi a medias. Para volver a unir sus destinos, pagó el club y pagó el futbolista.

Recibieron los del Nuevo Mirandilla, a quienes Lucas entregó sus primeras palabras tras participar en los tres goles del encuentro. «Antes de nada, quiero mandarle un mensaje de ánimo a Jose Mari, mi capitán del Cádiz. Me alegro de que le hayan renovado, el detalle ha sido increíble», reconoció en una de esas frases dedicadas con las que el delantero acostumbra a saldar deudas. Así lo hizo también, temporadas atrás, con el PAOK como receptor de sus elogios.

Y si no hay ya en Monelos un balón firmado que registre el éxito de su vecino ilustre en el reestreno, es solo porque había un mejor uso que darle al segundo gol del triplete. El portador del 7 que Ibai Gómez calentó hasta que llegara el invierno, asistió sin que su bota rozara el cuero. Agarró el balón que le entregaba Rubén Díez y lo puso en manos de Alberto Quiles, asumiendo el papel de segundón en la cadena para demostrar que la estabilidad del vestuario no corre riesgos. Para eso dio también un partido cuajado de gestos.

Como el prometido del pulgar en la boca con el que dedicar el 1-0. Se fue un Lucas Pérez, con su equipo en Segunda y él de vuelta a Inglaterra, y retorna otro empeñado en fundar un hogar en el que quedarse para siempre. Así sea sobre los pies de barro de una categoría recién inventada en la que cada temporada es un misterio.

A la que le está costando adaptarse al Deportivo, anclado en lo que fue; en parte, porque de vez en cuando los acontecimientos se lo recuerdan. También los componentes de este grupo en el que abundan testigos de los días de gloria. Aficionados que jalearon los éxitos blanquiazules y varios años después han conseguido vestir la camiseta cuando menos lo esperaban. A todos les ha costado paciencia y dinero.

Lucas es uno más en la lista, pero este añade a su función identitaria la condición de reclamo. Medible en los cientos de carnés despachados a rebufo de su fichaje. En la cantidad de letras escritas por todo el orbe para contar que en una esquina perdida el fútbol aún es romántico. En los miles que se coordinaron para levantarse del asiento al ritmo de una ola; desatada por cada gol del último hijo pródigo. Lo vio venir, Robe: «Comprendí, y ahora vivo en un castillo de arena. Mi reino es para ti. Va a subir la marea».