Diego Villares, la foto del alma blanquiazul

TORRE DE MARATHÓN

César Quian

El centrocampista vilalbés vuelve a reivindicarse como parte esencial del Deportivo, más allá del gol

12 dic 2022 . Actualizado a las 10:02 h.

«¿Qué pasa si el Deportivo llega a Primera en tres años? ¿Seguirá Diego Villares? ¿O ascendemos, y de repente ya no vale?» En Álex Bergantiños habita el miedo de quien arrimó la mano al fuego y se quemó. Sabe cómo es eso de que al equipo se le suban las categorías a la cabeza y olvide el barro del que surgió. Que venda el alma en la transición. El capitán fue una vez Villares. O unas cuantas, porque el fútbol da varias oportunidades por temporada de ser y de no ser. Y en A Coruña, da muchas más. El flashback traslada al de La Sagrada a partidos como el que descompuso al Racing de Ferrol. Encuentros que el Dépor empieza a ganar antes de tocar el balón. Basta con observar cómo va en su busca; con el orden y la actitud de quien no acaba de tropezar. Guiado por aquel que esperaba turno, víctima de una lesión aún más inoportuna, y se agarra a la cita y a las que vengan cuando la megafonía desgrana el once y su nombre vuelve por fin al videomarcador.

No quiso Villares desaparecer de nuevo. Ni un minuto. En cuanto pudo vio puerta, negándose a que lo descabalgaran de lo más alto de Riazor. Pero antes del gol, que concentró el instinto, la potencia, y hasta el recién adquirido acierto en la finalización —«Dudé entre pararme y definir, y me salió bien», confesaría después—, ya había dado que hablar a la grada, cambiando la orientación del ataque o abortando peligrosas incursiones del rival. Provocó la primera tarjeta del encuentro cuando guiaba una contra, tras rebañarle el cuero a un Héber que caracoleaba hacia Mackay.

Si la presión coruñesa redujo al Racing, la ferrolana apenas surtió efecto, salvada por el Deportivo a base de mover el balón. Juego de trileros a alta velocidad, sin regodeos en la medular. Y cuando el adversario parecía distinguir la pelota, esta volaba a banda contraria. Desde Rubén Díez hacia Antoñito. Desde Diego Villares a la otra gran novedad.

Víctor Narro, extremo acostumbrado a pisar cal, reemplazó a Soriano, futbolista con tendencia a circular por dentro y buscar la asociación. Es complicado no extrañar al 10, pero su relevo cumplió. Auxilió a Raúl Carnero, tiró diagonales y hasta cambió de banda para adornarse con un bonito centro empleando el exterior.

Insuficiente, sin embargo, para discutirle el foco al portador del 22. «Ha estado espectacular, no me extraña que los compañeros le llamen el pulpo», aplaudiría más tarde Óscar Cano, consciente de quién había hecho más por decantar el derbi, obteniendo como recompensa su tercer tanto de la temporada. El segundo como local. «Marcar en Riazor delante de tanta gente es un orgullo. Lo que sueña cualquier niño de pequeño», compartía el mediocentro vilalbés.

Ejemplo de otro tipo de canterano, forjado a distancia pero cargado de identidad. A falta de que el trabajo con la base nutra por fin al primer equipo, el fútbol de la casa es de importación. El capitán reclamaba, en su reciente entrevista en La Voz, que esta vez el Dépor no se deje atrás la esencia con las prisas por volver.