Ecos del Extremadura en Riazor

TORRE DE MARATHÓN

César Quian

El Dépor consiguió enderezar a tiempo un encuentro de ingredientes similares al que hundió a los coruñeses en el 2020 ante un descendido como el Tudelano

15 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La soga tiene nombre propio en Riazor. Extremadura, le dicen en casa del ahorcado en aquel encuentro sin historia que acabó marcando la del Deportivo. La mentó Bergantiños, rompiendo el tabú. «Lo hablamos con Álex antes del partido, que nos lo recordó un poquito a todos», admitió Diego Villares, señalando al capitán. El de La Sagrada se le había adelantado en zona mixta, confesando su intervención: «Vino el parón y un partido contra el colista (...). Los que estábamos aquí recordamos un poco aquel del Extremadura que acabó suponiendo nuestro descenso, muy similar». El veterano centrocampista quiso disolver la culpa en el plural, pero en el plantel coruñés solo resiste él de entre quienes acudieron a la cita del 12 de julio del 2020 defendiendo al conjunto local. Con los visitantes formó entonces Borja Granero, autor ahora de la ocasión con la que el Tudelano empezó a sembrar de fantasmas el área de Ian Mackay.

Es cierto que el guion de este duelo adaptado no fue fiel al original. Se adelantó el adversario y entonces había abierto la lata el conjunto blanquiazul. Inversión crucial en el orden de factores porque si frente a los de Almendralejo el Dépor se desplomó en el tramo decisivo, en esta oportunidad la segunda parte le sirvió para espabilar. «En el descanso hemos tenido una charla con los jugadores», compartió en sala de prensa el entrenador. Bergantiños desgranó el efecto balsámico de la conversación: «Sirvió para bajar revoluciones. Cuando estás en el campo con esas pulsaciones lo que suele pasar es lo que comentaba del día del Extremadura: que te vuelves loco. En ese partido ya queríamos meter el tercero y el cuarto antes del empate». Porque los coruñeses se vieron por detrás en el 84 y Christian Santos cazó las tablas a dos minutos del final. Un punto que un par de jornadas más tarde habría dado la salvación a los de Fernando Vázquez y que Pinchi se encargó de escamotear en el descuento.

«No lo viví desde dentro, aunque sí que me acuerdo perfectamente de ese partido», reconocía Villares, asimilada ya la lección. Las sensaciones pudieron ser similares —endeblez defensiva, calamidades individuales, y Caballero replicando el doblete con el que aún carga aquel extremo coruñés pulido en el Fabril—, pero el desenlace no tuvo nada que ver. Si la cuenta del Tudelano llegó a los tres, la del Deportivo alcanzó uno más. El choque resucitó a Miku, refrendó el progreso a balón parado, y concluyó en necesaria conjura con la grada —vacía en el 2020—, a solo dos semanas de la promoción.

Los parecidos volvieron en el sótano de Riazor. «Honor a mis jugadores. No se puede demostrar más profesionalidad, más dignidad», había dicho Manuel Mosquera en una rueda de prensa con preguntas lanzadas a través de una aplicación. Como la que permitió escuchar la opinión de Carlos Pérez Salvachua: «Solamente tenemos dieciocho jugadores en la convocatoria porque no había más y no quiero insistir en los cuatro meses sin cobrar y en no saber hasta el martes si podríamos viajar hasta A Coruña porque no había dinero para pagar el autobús. Es de alabar estar compitiendo hasta el final». Otro adversario defendiendo la honra que trae el miedo a Riazor.