Estos chavales del Dépor juvenil ya nos han ganado

TORRE DE MARATHÓN

César Quian

09 feb 2022 . Actualizado a las 21:13 h.

Nadie como un deportivista sabe que hay derrotas tan cargadas de dignidad que resultan mucho más emocionantes que demasiadas victorias. Que hay cicatrices que deja el sentimiento por un equipo que se lucen toda la vida con orgullo: como las que nacen de una Liga perdida de penalti en el último minuto del último partido, o las de un descenso a los infiernos por culpa de una jornada decisiva adulterada por no jugarse todos los encuentros a la vez. Que hay lutos que permiten demostrar un coraje de pundonor para caer y levantarse. Por eso este triste desplome del primer equipo del Deportivo en las últimas temporadas brindó una oportunidad de demostrar que ser de los que ganan es muy fácil. Había toda una generación, tan afortunada ella, que no había conocido más que a un equipo acostumbrado a pasearse por las nubes. Y en cierto modo han sido esos miles de deportivistas de menos de 45 años los que han liderado el sentimiento de reinvención de la hinchada cuando una tormenta perfecta amenazaba la supervivencia de un club centenario. Cuanto peor pintase todo, más había que arropar al Deportivo, más tocaba demostrar que el amor a unos colores no entiende de categorías. Así se lo habían enseñado sus mayores durante décadas. En esa irracional ola de apoyo se tiñeron de blanquiazul las gradas de tantos estadios desconocidos de la meseta, se llenó Riazor para partidos insufribles con más público en las gradas que en la mayoría de estadios de Primera División y se empezó a generar un fenómeno indescifrable.

De entre esos milagros protagonizados más por la afición que por el equipo, uno entraña un valor todavía más grande. La pasión desatada alrededor de los chavales del equipo juvenil. Este miércoles Riazor se convirtió en el segundo estadio con más público en toda la historia de la Youth League, para ver un partido en día laborable, cuyo premio era pasar a octavos de final. Son estos críos los que mejor conectan con el amor romántico de la grada hacia el equipo. Da gusto ver el desenfado con el que se lanzan al ataque, como presionan como poseídos, como inventan regates imposibles en cada oportunidad, alejados de los tics y amaneramientos del fútbol más profesional. Por eso al terminar el partido sus lágrimas también nos emocionan. El poso que dejan resulta impagable. Porque hay derrotas que encumbran a los caídos. Estos chavales ya nos han ganado.