César Cobián, un excelente profesional que destacaba por su humanidad

Dani Mallo

TORRE DE MARATHÓN

CESAR QUIAN

28 dic 2021 . Actualizado a las 21:35 h.

Al doctor César Cobián lo conocí cuando llegué al equipo juvenil del Deportivo, en 1996. El cuerpo médico de entonces no era tan amplio como el de ahora y él atendía también a este conjunto, que era el único de la base del club. Conseguía repartir su tiempo para ofrecer un completo servicio a los canteranos y desde el primer día me resultó una persona extremadamente cercana al futbolista.

Han pasado muchos años y cualquier calificativo se quedará corto al reseñar su fenomenal trayectoria, destacando en todas las entidades e instituciones que han tenido la suerte de contar con él. Sí puedo destacar, desde mi experiencia personal, su extraordinaria humanidad. Una virtud que se reflejaba en su labor diaria, que solía coincidir con los momentos más duros del jugador. Para él, la prioridad era la recuperación absoluta de los suyos, tanto a nivel físico como anímico, y se empeñaba en evitarle a sus pacientes cualquier distracción que fuera a repercutir en el tratamiento.

En aquella época, por ejemplo, eran frecuentes las comparecencias ante los medios de los futbolistas que caían de baja y era él quien daba la cara para evitar preguntas incómodas, detallando los procesos de tratamiento y recuperación. Algo que suponía una descarga de tensión para el lesionado y acercaba al doctor Cobián a los periodistas, con quienes mantenía muy buena relación.

La que desarrollaba con todo aquel que tenía la fortuna de conocerle. Para él no había un momento malo cuando se trataba de ejercer su profesión. Recuerdo haberle llamado varias veces con problemas menores que reclamaban una solución rápida por la proximidad de una convocatoria o un partido y cómo respondió siempre haciendo un hueco para mí.

Más allá del Deportivo, aún volvimos a coincidir en varias ocasiones, e incluso estuve cerca de fichar por uno de los equipos en el que él siguió su carrera después de abandonar A Coruña. La profesión nos unió por última vez hace un par de años en Polonia y Portugal dentro de las sesiones AFE para jugadores sin equipo, a las que asistí como entrenador de porteros. Allí volvieron aquellos recuerdos de la mejor época del Dépor, en la que él tuvo un papel fundamental.

Mantuvimos la comunicación a través del teléfono y de amigos comunes y cuando me enteré de su enfermedad siempre tuve la esperanza de que pudiera superarla. La noticia de su fallecimiento supone un golpe duro, como seguro lo será para todos aquellos que hayan tenido la suerte de haber compartido tiempo con él. Especialmente para su familia, a la que querría mandar un fuerte abrazo y expresar mis condolencias.