Con 12 años, el futbolista del Dépor se fue solo a 1.000 kilómetros de casa para jugar al fútbol y entre los 15 y los 18 viajó varias veces a España e Italia para formarse sin poder disputar partidos oficiales

Xurxo Fernández
Redactor

«Con él se perdió mucho tiempo». Rafa Morales recibió pequeñas dosis de Juergen durante varios años, pero no pudo obtener la pauta completa hasta que el chico estaba ya en su último curso como juvenil. El resto del tiempo lo pasó el colombiano a caballo entre Granada y Cali, siempre lejos de su Cartagena natal donde recibió un nombre acorde al fervor futbolero de su progenitor. «Soy un enfermo del fútbol desde que tengo uso de razón y cuando él nació yo estaba enamorado de las selecciones de Brasil y de Alemania; como no había ningún nombre brasileño que nos gustara, le pusimos así por Klinsmann», explica Milton, padre del mejor pasador hasta la fecha de la Primera RFEF.

También él sostiene que el de su hijo «ha sido un camino más largo del que esperábamos», pero al menos le llevó a «un equipo que parece que le estaba aguardando para que termine de explotar. Cuando se dio la oportunidad, le dije que ese es el club que necesitaba; qué lástima de la categoría, pero la grandeza la lleva encima. Siento que a Juergen lo que le ha faltado hasta ahora es un lugar con un entorno como el que tiene ahí, con esa dimensión dentro de este deporte». La búsqueda arrancó bien pronto porque, como detalla Milton, en Cartagena de Indias «el fútbol se sigue muy poco, lo que pega es el béisbol, y él precisaba salir a una ciudad donde recibir entrenamientos más fuertes, algo más profesional. Por eso se fue a Cali con doce años».

Clubes de la familia Pozo

En realidad, la primera vez que salvó los mil kilómetros que separan la ciudad caribeña de la capital del Valle del Cauca fue para defender a su equipo de entonces —Ciclones, propiedad de su actual agente— en un torneo. «Allí lo vieron unos italianos y lo llevaron para el club Leones». Los italianos representaban a la familia Pozo, dueña de varias escuadras europeas. Entre ellas, el Granada y el Udinese, en los que el habilidoso futbolista ahora cedido al Dépor —lo presta el Watford, parte del mismo grupo— completó su formación. Lo hizo de una manera especialmente dura para un chaval, que el todavía adolescente Juergen Elitim asumió ilusionado: «Estaba feliz porque las puertas se empezaban a abrir, pero verlo viajando solo a esa edad... La mamá —Osiris Sepúlveda— lo pasó mal y al principio se opuso, pero luego entendió que él iba contento».

Arrancó así una rotación permanente entre Colombia, España e Italia, con etapas de dos o tres meses en las que el jugador solo podía competir en Leones, por una cuestión de edad. En el segundo de los destinos transitorios coincidió con Rafa Morales, entrenador del juvenil del Granada. «La familia Pozo trabaja mucho con futbolistas de Sudamérica y África, así que tuve la suerte de contar con varios de gran nivel procedentes de esas zonas, como Luis Suárez —ahora delantero del primer equipo andaluz—», relata el técnico, convencido de que en Juergen había algo distinto a lo que vio en muchos otros: «Transmitía tanta humildad, tantas ganas de triunfar en esto... Uno de los grandes problemas en aquel tiempo era la adaptación. Los jugadores llegaban muy jóvenes, estaban lejos de sus casas y aparte tenían que aislarse de un exterior, que en Granada ofrece fiestas, relaciones... Elementos que te pueden distraer». Nada perturbó al mediapunta. «Era como un niño chico, un apasionado de la pelota, que solo quería vivir con ella y entrenar», relata Morales. «Otros venían con necesidad y prisa por triunfar por sus situaciones personales —profundiza—. A Juergen eso no le importaba, él solo quería jugar al fútbol y le daba igual en qué categoría».

Hasta los 18 sin poder competir

Quemaba las ganas en entrenamientos, sabiendo que el fin de semana no podría saltar al césped. «La primera vez que llegó tenía 15 años y no podía jugar hasta los 18, su último año de juvenil, pero ya cuando vino me lo llevaba al División de Honor y lo queríamos con nosotros porque se le veía un talento brutal. No poderle hacer ficha le hizo perder mucho tiempo», recalca Morales. «Los entrenadores hablamos siempre de etapas que tienen que quemar los jugadores, pero a este lo veías jugando sin problemas en Segunda B a los 16 o 17 —añade—. La espera se le tuvo que hacer larga».

La entretuvo en vuelos que cruzaban el Atlántico o el Mediterráneo y esperando visitas de casa, donde se turnaban para acompañar al muchacho. «Cuando venía su madre y su hermana pequeña... Esa semana se le llenaban los ojos», relata el técnico. Tuvo la suerte de coincidir en un buen vestuario y rechazó la residencia para compartir piso. «Se desenvolvía muy bien para ser tan joven», sostiene quien tuteló en España su formación. En las conversaciones con Cartagena, recuerda su padre, «nos contaba que allí le exigían muchísimo más, que le encantaban las canchas de entrenamiento, nada que ver con las de aquí».

«Ojalá se quede muchos años»

En ellas encandiló a Morales: «Tenía un talento natural para jugar por dentro. Una capacidad increíble para distribuir juego, para hacer mejores a sus compañeros. Ya no hablo solo de asistencias de gol, sino de su capacidad de generar ventajas en todo el campo. Estábamos tan seguros de él que el entrenador que había tenido yo como segundo fichó por el Marbella en Segunda B y fue al primero que pidió. No hay duda de que va a triunfar».

Lo verá Milton, a distancia, si consigue solucionar sus problemas de conexión: «Nos fue imposible suscribirnos a la plataforma para los partidos, los tuvimos que escuchar por la radio y buscar resúmenes. Yo estaba ansioso por verlo en vivo. Sabía que el ambiente en Riazor iba a estar espectacular. Él allí es feliz y ojalá se quede muchos años en el Dépor, ahora que llegó; parece que Dios quiso las cosas así». Para resarcirse, pretende subir a un avión: «Quiero vivir en el estadio ese ambiente, la pasión de allí». Avivar la fiebre de fútbol que transmitió a su hijo y recuperar tiempo perdido con el chaval.