Tudelano y Deportivo perpetraron un partido de fútbol soporífero. Nadie que no sea del Tudelano, del Deportivo o trabaje para algún cuerpo técnico en Primera RFEF tenía justificación para verse los 90 minutos en un domingo soleado de septiembre. Y si alguien lo hizo, lo siento mucho.
El caso es que el Deportivo ganó un partido en una ratonera, ante un equipo perro con un central que dio unas 7.438 patadas y que pedía al árbitro que pitase falta a favor hasta cuando repartía él y en el que el cuadro blanquiazul renunció a la pelota durante toda la segunda parte con un solo gol de ventaja. Y esa es la noticia, el haber salido con los tres puntos del Ciudad de Tudela. Porque este encuentro lo hubiese perdido el año pasado el Deportivo seguro. No sé cómo. Tal vez el balón que Alberto Benito remató en su propia portería hubiese entrado. Y si no era esa, cualquier otra desgracia. Pero ganó. Y en esta infausta categoría que es la Primera Federación habrá, por desgracia, muchos partidos como este. Los tres puntos valen lo mismo en Riazor que en los campos a los que hay que saltar por el medio de la grada entre señores bebiendo cerveza.
Nada tuvo que ver el choque en Navarra con la primera jornada. El Deportivo sufrió en el descalzaperros final, prolongado por el árbitro que se mosqueó tanto por las pérdidas de tiempo visitantes que acabó afectando a su arbitraje, pitando alguna falta en contra del Dépor por puro rencor. Una cosa es que esté feo perder tiempo y otra inventarse cosas.
No brilló Juergen esta vez, ahogado su juego fino en el fútbol de after de última hora visto en Tudela. Bergantiños, por su parte, no desentona nunca, independientemente de la etiqueta. Si Pogba tuviese la inteligencia y el rigor táctico del coruñés hace ya tiempo que hubiese ganado el Balón de Oro. Quiles sigue haciendo todo bien y Mackay salvó a su equipo por primera vez. Aunque sea Ian y no Roy, como se empeñaron los comentaristas de esta Primera RFEF de la que, por el amor de dios, hay que salir cuanto antes.