Quince años de vino y rosas del Deportivo por Europa... Y una caída en un pozo que no tiene fondo

TORRE DE MARATHÓN

QUEIMADELOS

El ascenso dio paso a la mejor época deportiva del club, que vivió por encima de sus posibilidades

06 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El ascenso a Primera División logrado hace 30 años rompió con casi dos decenios de zozobra, con caídas a Segunda B y Tercera incluidas, y un estadio de Riazor vacío por momentos.

Dos años antes, A Coruña había tomado conciencia de la necesidad del club por arrimar el hombro y empresarios, comerciantes y aficionados de a pie se unieron para acompañar a la entidad en su resurgir.

El ascenso, en pleno júbilo coruñés, trajo consigo un resurgir del deportivismo. Los pequeños, que nunca habían visto a su Dépor en Primera, veían cumplido un sueño de ir a Riazor, algo que se convirtió en casi una obligación moral.

La salvación frente al Betis en 1992, que permitió el desembarco en Galicia de dos figuras de talla mundial como Bebeto y Mauro Silva, supuso el empujón necesario para alcanzar la gloria balompédica.

Llegaron los astros brasileños y con ellos el Superdépor. El penalti de Djukic en 1994, que parecía poner punto y final al sueño coruñés, no fue otra cosa que una piedra más en el camino y un paso atrás para tomar, de nuevo, impulso. Un año después, el Deportivo disputaba su primera final de Copa. En el Bernabéu y frente al Valencia. Una oportunidad para hacer buena la amenaza de Liaño del 14 de mayo de 1994: «Arrieros somos...». La granizada que provocó la suspensión del partido con 1-1 en el marcador era un presagio de que, como tras el incendio del ascenso, algo bueno estaba por pasar. Días después, miles de coruñeses regresaron a la capital de España para empujar a Alfredo por encima de Zubizarreta y ganar el primer título oficial.

Con la Copa y el adiós de Arsenio llegaron unos años de estabilidad entre los grandes, aunque eso fuera a costa de perder identidad. La ley Bosman llenó el vestuario blanquiazul de extranjeros, que en algunos casos dieron más problemas que fútbol.

En 1998, con Javier Irureta al mando, el Deportivo volvió a nacionalizarse y tomó, de nuevo, impulso. Esta vez hacia la Liga. El 19 de mayo del 2000 se convirtió en el noveno club español que inscribía su nombre como campeón del principal torneo nacional.

El éxito parecía no tener cima. Cada año se crecía un poco deportivamente. El himno de la Champions comenzó a sonar en Riazor y los más grandes del Viejo Continente fueron cayendo poco a poco. Tanto en el feudo herculino como en sus propios fortines. Bayern, Manchester United, Arsenal, Borussia...

En Europa se hablaba del milagro del Dépor. Un milagro que no era otra cosa que una deuda cada vez mayor de un club que estaba viviendo claramente por encima de sus posibilidades.

La deuda crecía, pero la pelota entraba. El Centenariazo y el Milanazo se escucharon con fuerza en todo el mundo. En el 2002, el Dépor ridiculizaba al Madrid el día de su cumpleaños centenario —paso previo a sumar su tercera Supercopa, sexto título oficial de su historia—, y al Milan en una mágica noche en Riazor en el 2004.

En un año en el que la escuadra dirigida por Javier Irureta había enamorado con sus exhibiciones por medio continente, siendo reconocido como el equipo que mejor fútbol practicaba, el partido de ida de los cuartos de final de la Champions 03-04 en San Siro supuso otro paso atrás para coger impulso. Cayó goleada por 4-1. Pero lo que podía parecer un mazazo permitió una gesta en la vuelta. Los blanquiazules remontaron frente al campeón de la anterior edición, el Milan de Maldini, Pirlo, Shevchenko... Y volvieron a escribir una de las historias más bonitas del fútbol europeo.

Solo un insolente José Mourinho pudo frenar el ímpetu de los descendientes de María Pita. El Deportivo llegaba a la semifinal de la Liga de Campeones como favorito frente a un férreo Oporto con una alta media de edad.

Empate sin goles en O Dragão, pero un arbitraje penoso condicionaba el partido de vuelta. Mauro y Jorge Andrade se lo perderían por sanción. La fiesta en A Coruña era total, pero llegó el técnico portugués y, primero en sala de prensa —«os veo muy creciditos»—, y luego sobre el campo (0-1), devolvió a la realidad a los miles de soñadores que ya se veían camino de la final de Gelsenkirchen.

Fue el principio del fin. La estratosférica deuda generada no fue acompañada del éxito continental y ahí comenzó una huida sin freno hacia delante, que devolvería a la ya centenaria entidad al infierno futbolístico nacional.

Tras las semifinales de la Champions del 2004, el Deportivo fue descapitalizando poco a poco su plantilla. Mauro, Fran, Capdevila, Andrade, Sergio, Molina... La enorme deuda, que llegó a acercarse a los 180 millones de euros reconocidos, anticipaba el negro futuro que se cernía sobre el club coruñés.

Como consecuencia lógica de la pérdida de potencial deportivo, el equipo fue cayendo poco a poco en la tabla clasificatoria. Hasta que el 21 de mayo del 2011 llegó el tan temido descenso a Segunda División.

Con récord de puntuación (43) y sospechas de amaño del Levante-Zaragoza, el Deportivo llegó con vida a la última jornada. Dependía de sí mismo. Tenía que ganar al Valencia, que no se jugaba nada. Pero fracasó en el intento y se despidió, 20 años después, de Primera.

En esa huida hacia delante iniciada años atrás, y ante la falta aún de control financiero de la Liga, la entidad blanquiazul apostó por mantener la plantilla y regresar a Primera por la vía rápida. Dicho y hecho. Récord de puntos y ascenso.

Pero los impagos eran cada vez mayores, los embargos se acumulaban y la situación era ya insostenible. Hacienda tenía bloqueadas todas las vías de ingreso y el club se vio abocado al concurso de acreedores. El mayor de la historia del fútbol, con 160 millones de pasivo.

Lejos de aprovechar la situación para deshacerse de la mayor parte de la deuda posible, como habían hecho otros clubes con anterioridad, Lendoiro consiguió que solo hubiera una quita del 33 %. Aunque la mochila que quedaba era mayor, se evitaba la depuración de responsabilidades que habría habido con una condonación de deuda superior. El golpe asestado a la entidad era casi letal.

Con el descenso de nuevo a Segunda, hubo reemplazo en el sillón presidencial. En el invierno del 2014, los socios dieron la espalda al presidente de los anteriores 25 años para apoyar a Tino Fernández. Una forma nueva de entender el club. Con el dirigente entrante, mejoró la salud económica de la entidad, muy tocada todavía. Pero la deportiva, aun cuando tuvo momentos mejores y peores, acabó por quedar también muy dañada.

Tras algunas salvaciones agónicas, el equipo regresó a Segunda en el 2018. Al año siguiente, la apuesta por el ascenso no salió. En medio, nuevo cambio presidencial. Llega Paco Zas casi acabando la Liga. Será el hombre que se siente en el palco en los partidos del play-off. Victoria ante el Málaga en semifinales y debacle contra el Mallorca. Tras el 2-0 de Riazor, el Dépor se hunde en Son Moix y se queda en Segunda.

Un año después, otra aciaga temporada, con dos nuevos cambios de presidente (entró de forma interina Toño Armenteros y posteriormente Fernando Vidal). El club desciende a Segunda B y Abanca sale al rescate convirtiéndose en máximo accionista, con el 78 % del capital social. Un curso más tarde, el equipo sigue sin ascender e inicia una nueva etapa con Antonio Couceiro al frente.