El pobre rendimiento del Deportivo a domicilio no es propio únicamente de este año. Lleva muchas temporadas así. Ya nos hemos olvidado de cuando fue campeón de Liga y obtenía resultados en campos importantes. Poco a poco fue haciéndose mucho más casero en puntos. Esta tendencia se ha debido a la propia falta de competitividad y, ya en las últimas temporadas, a esa condición de equipo ascensor, que ha basado sus fortalezas en el apoyo de la afición. Pero cuando la gente ha desaparecido de los campos el Dépor ha seguido estando más confiado en casa que fuera. Como visitante pareciera que esa seguridad mental e individual de cada jugador para arriesgar desaparece. Dentro de un año muy discreto, el equipo ha sumado una puntuación más alta en casa, donde el estadio estaba vacío, que fuera, donde seguía sin haber nadie.
Y esta rara condición parece más mental que otra cosa. Desde el principio, el equipo nunca ha jugado en un estado óptimo de confianza para hacer fuera lo que hace en Riazor. Nunca ha habido a domicilio esa predisposición que cualquier jugador tiene en casa de arriesgar con el pase, o en el regate, o con el tiro,... Fuera lo cierto es que el Deportivo ha jugado falto de confianza y, salvo en el partido de Vigo, nunca ha dado la sensación de ser dominador.
Todos pensamos que este era un equipo para dar otro rendimiento, pero lo cierto es que está luchando por la permanencia. Es verdad que ahora haber perdido ese primer objetivo del ascenso socava la confianza de los jugadores. Pero nunca el Deportivo ha sido capaz de doblegar en los partidos ese pulso de motivación que le plantean los jugadores rivales, ese pensamiento que muchos pueden tener cuando se enfrentan a un equipo histórico como este y se preguntan: ¿Y si hago un buen partido y se fijan en mí? Hay mucha gente viendo los partidos del Dépor y esta siempre ha sido una motivación que le ha hecho mucho daño a lo largo de la temporada.