El turco marcó el partido en poco más de veinte minutos; adelantó a su equipo y lo condenó a resistir en inferioridad
17 ene 2020 . Actualizado a las 19:10 h.Çolak maneja el tiempo a su antojo. Como si fuera una pelota. Hizo un mundo de veinte meses de ausencia, y no fueron menos eternos los primeros veinte minutos con el turco. Saltó al campo en desventaja y antes de tocar la bola ya tenía el partido en tablas. Se tomó un rato en afinar, el justo para que el equipo asimilara en la caseta que había cambiado el viento y era otro quien marcaba el ritmo. Volvió al césped y reclamó el cuero, desplazando incluso al otro candidato a líder. Aketxe, autor de un encuentro soberbio, hizo sitio. Insuficiente para Çolak, que se pidió todo el campo y eligió dónde y cuándo aparecer, y cómo resolver cada jugada. Con gol y expulsión, de ser preciso. Con dos recortes dignos de cámara lenta y un latigazo imposible para cualquier portero, aunque sea hijo de un genio.
El del Dépor se hizo desear, salivando por lo que vendría. «Decidí que Çolak esperara», confesó después Fernando Vázquez, sin asomo de arrepentimiento. El ansia le pudo pronto y a la media hora lo subió al césped y tocó la campanita. «Es un jugador de otro nivel, es evidente. No pertenece a esta categoría y tenemos la fortuna de contar con él, aunque no podamos tenerlo el domingo». No lo sufrirá el Cádiz porque el del 17 -número demasiado largo para distinguir tanto talento- se vino tan arriba que buscó un pedazo de tierra para celebrar en casa.
Se arrimó a lo más turco que había en Riazor: su grada. Demasiado. Hasta quemarse. «Después del gol que mete...». Lo entendió hasta Dani Giménez, a todo el campo de distancia. Lo entendió, cómo no, un vecino más próximo. «Emre comete un error fruto de todas las emociones que vives en el momento. Imagínate las ganas que puede tener, después de tanto tiempo sin saborear el éxito. Entrar sintiéndote querido y meter ese gol», quiso razonar Bóveda.
Como si hiciera falta explicarlo. 26 toques; 19 pases, todos buenos. Una amarilla por riña y otra por tumulto. Un golazo soberbio. Sin él, volvió a ser sufrimiento. Para sus compañeros, que se vaciaron. Para la grada, que echó el resto. Y el placer, todo el tiempo. Del fútbol que ha vuelto.