Firma su enésimo ridículo de la temporada en Ponferrada, donde Yuri abusó de un rival sin alma

Xurxo Fernández
Redactor

El plan no es descabellado. Continuar haciendo el ridículo hasta el 14 de enero para que el nuevo, de haberlo, pueda arrancar con meses de ventaja el proyecto de Segunda B y renegociar la deuda sin una mínima esperanza de resurrección histórica. Tendrá además la ventaja de ahorrarse la limpieza, que en las mudanzas siempre resulta una lata, porque la mayoría del plantel acaba contrato en junio. Tampoco es descartable que alguno se canse de dar vergüenza por la tele y retorne a su club de origen para salvar algo del crédito particular que aún le quede.

Y por si ya son pocos los que tendrán vínculo en vigor cuando se agote este curso infame, a punto estuvo el Dépor de perder uno de ellos en Ponferrada. Si no llega a distinguir a Dani Giménez, equipado con el traje fosforito de cambiar ruedas en carretera, es probable que Lampropoulos siguiera a estas horas corriendo de espaldas a la altura de Benavente.

De frente iba Yuri, que pudo alcanzar la red conduciendo desde el centro del campo, pero al borde del área pequeña se hartó de correr y decidió que el balón hiciera solo el resto de camino hacia el 2-0. El brasileño, que dejó de ser un chaval hace años, aún está para ciertos trotes y es bien capaz de firmar un doblete si el adversario lo sirve en bandeja.

Antes de Lambro habían hecho su contribución Somma y Luis Ruiz, permitiendo al veterano ariete rematar limpio entre ambos un gran centro de Ríos Reina. El zaguero italiano se guardó la factura y se la cobró más tarde, con una patada macarra después de que el 10 de los bercianos le bailara la pelota a un palmo de distancia. Amarilla de esas que ponen color a la impotencia. La del central y la de todo el equipo, que apenas permitió medio minuto de ilusión a su sufrida hinchada antes de evaporarse.

Centró Luis Ruiz, pidió penalti Koné y de ahí a los gritos de «mercenarios» que despidieron al plantel llegado el descanso solo hubo señales de vida en los de casa. Y un poco en Vicente. El canario probó con todos intentando encontrar socios, pero él repartía balones y no le devolvían nada esférico. Ni siquiera están para un rondo, los jugadores del Dépor, incapaces de llegar a tres toques. Es probable que no ayudara el planteamiento de Luis César, con ese tridente agrupado que concedía las bandas a los laterales para atacar (mal) y defender (sin ayudas), y lo fiaba todo a un balón a la espalda.

Enviarlo exige una precisión de la que hoy en día está lejos cualquier futbolista blanquiazul y muy lejos Lampropoulos, a quien los rivales flotaron descaradamente para invitarle a lanzar, como se hace en baloncesto cuando el hombre alto recibe a varios metros de canasta. El griego pidió disculpas un par de veces cuando sus balonazos se perdieron inalcanzables. No fue extraño verlo intentar abandonar el estadio disimuladamente fingiendo que pretendía frenar la acción del segundo de los locales.

El técnico tardó una hora en apiadarse de él y reemplazarlo por Peru, quien a su vez hizo sitio a Beto en otro canto a la épica que jamás llega. Antes, en el descanso, se habían ido Mujaid y Jovanovic, señalados porque el reglamento no permite cambiarlos a todos y obliga a jugar con once. Forzados a retornar al campo, los elegidos lograron acabar sin mayor escarnio. Uno de los nuevos (Mollejo) marcó incluso. En fuera de juego. Yuri rondó el triplete y Somma se llevó otra amarilla. Lo vieron desde la grada medio millar de deportivistas, infatigables. Empeñados en cantarle a un peso muerto.