Incendio en la fábrica de pirotecnia

TORRE DE MARATHÓN

César Quian

02 oct 2019 . Actualizado a las 15:09 h.

Pueden estar tranquilos. El Deportivo, campeón de Liga en el año 2000, será viable en caso de descenso a Segunda B. Así han cambiado las preguntas en la sala de prensa de Riazor. Así están las cosas.

Decían por entonces que el Deportivo era un grande de España, pero la realidad es que este club fue como esos pequeños constructores que en la época dorada del ladrillo se compraron un Porsche Cayenne creyéndose que era un pase VIP a la aristocracia. El tiempo dijo que solo era una hipoteca de cuatro ruedas y un depósito gigante a malvender lo antes posible. Que cada uno juzgue si valió la pena tanta alegría propia a cambio de tanta miseria para los hijos y los hijos de los hijos. Cualquier chaval aficionado a este deporte que ronde los 18 años solo tendrá recuerdos de un Deportivo en descomposición constante. Cada año peor.

Y entre deuda y deuda, remiendo y remiendo. Se acumularon las malas decisiones. Y se siguen acumulando. 89 operaciones después, ¿en qué jugador puede confiar la afición? ¿En brazos de quién se dejaría caer de espaldas el deportivista sabiendo que le agarrará? A priori, salen pocos nombres. Tal vez, uno que es portero y, tal vez, otro que está porque quiso volver después de que le diesen la patada.

Es justo decir que para el que mande en el Deportivo, sea quién sea, la situación no es fácil. Pero quien más sufre es la parroquia, aún con fe y dispuesta a mojarse para asistir al circo de los horrores ante el Mirandés. La paciencia parece inagotable, pero que nadie se engaña atribuyéndo esta fidelidad a campañas de márketing, «lumes» y demás. Porque todo se acaba y esa grada cada vez se parece más a esa masa enfurecida por Peter Finch que gritaba desde las ventanas aquello de «¡estoy más que harto y no quiero seguir soportándolo!». Porque realmente es insoportable.

Cualquier equipo parece que juega mejor que el Deportivo. Riazor ya recibe a su gente cada jornada con el pesimismo de que es probable que hoy también te mojen la cara. No hay fútbol bonito. No hay identidad. No hay verticalidad. No hay profundidad. Ni siquiera hay lo más primario -intensidad, correr, la testiculina, etc.- que es un argumento pobre, pero que la plantilla se encarga por sí misma de revitalizar con goles como el encajado el pasado domingo.

Ya se habla de la destitución de Anquela, que se ve obligado a apagar el incendio de esta fábrica de pirotecnia ante el Girona y el Almería, primer y tercer límites salariales de la categoría. Si acaba en desastre, la soga empezará a apretar. Un resbalón más allá y será un cadáver. Otro más de los que va dejando este equipo que se ha convertido en una serie que necesita renovar constantemente su elenco para salvar desesperadamente su cuota de share. 

Por cierto, echen un vistazo a la morgue. Garitano y su Athletic, Cristóbal en el Alcorcón, Rubén Martínez en Osasuna, Mosquera en Huesca, Diego Caballo y Manuel Mosquera en el Extremadura, Víctor Fernández en el Zaragoza. La paciencia está claro que es una virtud que en el Deportivo no existe. También que el entrenador es siempre el desagüe por donde se purgan las penas y las culpas.