Casa Piñeiro, un lugar auténtico

CRISTÓBAL RAMÍREZ REDACCIÓN / LA VOZ

TERRA

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Dieciocho años después, el establecimiento continúa destilando elegancia

28 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Entrar de nuevo en un establecimiento de turismo rural donde el cronista había estado hace 18 años tiene algo de emotivo. Sobre todo porque hay cosas que han cambiado, que pertenecen al recuerdo y a la memoria. Para empezar, el nombre no es el mismo. Ahora se llama Vila sen Vento-Piñeiro (aclaración: O Vento es una aldea cercana a esta de Piñeiro, concello de O Pino).

Ana Calvo sigue siendo su propietaria (ahí nació ella, en ese edificio de un par de cientos de años, de mampostería vista y que siempre perteneció a su familia), pero no está ya en absoluto en la gestión diaria. Tampoco está su marido, Víctor, matemático, y este se fue para siempre. El aparcamiento continúa siendo amplio.

El portón del que destila un toque de nobleza se traspasa ahora de la mano de otra Ana, que es la persona que se encarga de la recepción no solo de este veterano establecimiento de turismo rural sino también de un complejo aislado por completo del mundanal ruido y que responde al nombre de Vila sen Vento, sin apellido, que dista unos cuantos cientos de metros. Por cierto, el portón y la muralla imprimen al edificio un cierto aspecto de casa fuerte, al cual contribuye la gran chimenea.

Con las máscaras las posibilidades de errar son inmensas, pero Ana parece una mujer joven que se acerca a la edad media. En donde no hay posibilidad de equivocarse es en que se trata de una persona muy elegante, conocedora de su trabajo y que en los cuatro años que lleva aquí procedente de Cataluña —el acento no lo puede disimular— se ha integrado y el mundo gallego no le es extraño. Ella muestra el edificio, en forma de u y que tiene un patio interior muy amplio, lo cual es lo primero que llama la atención. Está muy bien cuidado («En primavera y verano luce mucho más bonito», apunta Ana).

Al poner un pie dentro se acrecienta esa impresión de que una casa así solo puede estar en Galicia, recuperando las esencias populares en todos los rincones, con los detalles muy cuidados, un espacio de bienvenida que es toda una declaración de intenciones estética, un comedor al lado, y luego dependencias privadas.

Ahí, en la entrada, sigue la magnífica lareira, en estos momentos con un par de detalles navideños, y bajo la campana un enorme pote de los de siempre. Frente a ello, una mesa con capacidad para ocho personas se convierte en punto de encuentro de los alojados. Todo, impecable, y con toques de luminosidad como la curiosa lámpara que cuelga del techo.

Las habitaciones son seis. Dos en el ala izquierda, dos en la derecha y la otra pareja, en el centro. A una de estas últimas se accede desde el patio y la otra da a él. Las seis son completamente diferentes, conservando las vigas y el suelo de madera, y, claro, con su cuarto de baño. No abunda el lujo, nunca lo hubo, pero sí da la impresión de encontrarse uno en un lugar acogedor, a años luz de hoteles de cadena, homogéneos.

Con el paso de los años se entiende lo que Ana Calvo decía en el 2003: «Podíamos haber hecho más habitaciones, pero queríamos que todo fuese así, sin apreturas, que la gente se encuentre a gusto». Al salir vuelven los recuerdos de tanto tiempo atrás con lluvia incesante fuera, un café bien cargado, charla interminable con las Algalias compostelanas como centro, amigos comunes y profesores que también fueron comunes… Ese era el mundo de Ana Calvo y Víctor. Lo actual no desmerece en nada a la idea que ellos tenían de un establecimiento de turismo rural: autenticidad por encima de todo.

Desde ahí, además, Vila sen Vento ha emprendido un proyecto de vender comida preparada por Internet, y Ana comenta, adivinándose la sonrisa de felicidad bajo la máscara, las docenas de pedidos de caldo gallego que van a salir hoy rumbo a sus destinatarios.

El negocio, en ese capítulo, parece ir bien, con los mejillones a la vinagreta ocupando el segundo lugar en el capítulo de los platos más deseados. Al parecer, la tarta de almendra le anda pisando los talones.

En cualquier caso, la visita no acaba ahí, sino en el propio complejo Vila sen Vento, un conjunto de dos casas aisladas —que llaman villas — con capacidad para una quincena de personas cada una, y luego cabañas. Piscina y pista de pádel en 30.000 metros cuadrados a 20 minutos del centro de Santiago.

Solo presenta un inconveniente, que en el fondo es subsanable con una mínima decisión política del alcalde de turno: en la pista, justo a la entrada, un horrible grupo de contenedores de basura y reciclaje hacen recordar a las bravas que no todo en Galicia es maravilloso. Tampoco en O Pino.