¿Por qué ponemos un árbol en Navidad?

La Voz REDACCIÓN

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DARREN STAPLES | REUTERS

No existe una, sino hasta cinco explicaciones de las razones detrás de colocar un abeto en la puerta de casa o en el salón

05 dic 2014 . Actualizado a las 19:08 h.

Con el puente de diciembre tocando incesantemente a nuestra puerta, llega el momento de poner el árbol. Es costumbre ponerlo el día 8, aunque muchos adelantan al principio del periodo festivo para aprovechar al máximo su tiempo libre. No obstante, como en todo, hay otros tantos que siguen el ritmo de las grandes superficies y el alumbrado callejero y ya llevan con la decoración navideña desde la última semana de noviembre. Mientras algunos siguen discutiendo sobre la fecha exacta para colocar el abeto a la puerta de su casa o en el salón, a otros tantos -seguramente encabezados por los más pequeños que siempre tienen una cuestión en la boca- se preguntan la razón detrás de poner concretamente un árbol para festejar la Navidad.

Cuenta la leyenda que la tradición de poner el árbol para Navidad se remonta al siglo VIII. Cuando los primeros cristianos llegaron al norte de Europa, descubrieron que sus habitantes celebraban el nacimiento del dios Frey cerca de la natividad cristiana y que ellos decoraban un árbol perenne como ofrenda al ser supremo del Sol y la fertilidad. Este árbol simbolizaba al árbol del Universo, en cuya copa se encontraba la casa de los dioses, y en sus raíces el reino de los muertos. Ante tal novedad, los cristianos no se lo pensaron y para adaptarse a las celebraciones locales incorporaron un abeto a su decoración navideña. De esta forma, y en la posterior evangelización de los pueblos, tomaron este símbolo para celebrar Navidad, aunque ya sin las connotaciones paganas.

No es la única explicación. Otra leyenda cuenta que un monje inglés, San Bonifacio -el evangelizador de Alemania- durante una Nochebuena subió a la montaña y taló el roble que era utilizado para sacrificios humanos. Milagrosamente, pocos días después en el mismo lugar empezó a crecer un abeto. Ante tal fenómeno, los cristianos tomaron a esta variedad de árbol como símbolo del cristianismo y de la celebración de la natividad. Existe otra versión de esta historia que cuenta que este santo cortó un árbol consagrado a un dios pagano -la leyenda asegura que era a Thor-, y que plató un pino para simbolizar el amor de Dios, ya que ambos eran perennes y para siempre. Además, lo adornó con manzanas, que representaban el pecado original y las tentaciones, y velas.

En Gran Bretaña, por otro lado, existe el mito de que el árbol de Navidad como tal fue descubierto por un caballero de la mesa redonda del rey Arturo mientras estaba buscando el Santo Grial. Durante su búsqueda, vio un árbol lleno de luces que se movían como estrellas y cuando lo contó los asistentes no dudaron en que aquello era un símbolo divino. La historia más reciente para explicar el origen del árbol de Navidad procede de Alemania. En este país se dice que para ambientar el frío de estas fechas se decoró un árbol y, rápidamente, esta costumbre se expandió por el mundo.

Sea cual sea la explicación detrás de colocar un árbol por Navidad, en España este elemento no se implantó hasta 1870. Aquel año, una mujer rusa, Sofía Trubetskaya, se casó en segundas nupcias con el aristócrata Pepe Osorio, el Gran Duque de Sesto, uno de los promotores de la Restauración borbónica que permitió a Alfonso XII reinar. Ese diciembre, su palacio, localizado en el Paseo del Prado, lució el que se considera el primer abeto navideño en suelo español.

Ahora, 144 años después ya no solo hay un árbol de Navidad en España. Probablemente, habrá uno en cada casa, o casi. Suprimida ya prácticamente la costumbre de poner abetos naturales, durante los últimos tiempos se ha ido avanzando hacia nuevos modelos -como los que se pueden encontrar en El Corte Inglés- como los artificiales, los que imitan a los nevados o los más contemporáneos cuyas ramas acaban en pequeñas esferas de luz.

¿Y cómo se decora el árbol?

Una vez solucionado el enigma del origen del árbol, probablemente surja la duda de porqué lo decoramos de esta o aquella forma. La tradición de adornarlo se inició a medio camino de Alemania y los países escandinavos en los siglos XVI y XVII. Por aquel entonces, se empezaron poniendo estrellas -para recordar la de Belén que guió a los Reyes Magos hasta el pesebre-, esferas -que supuestamente recordaban a las manzanas que colocó San Bonifacio en el abeto original- , lazos -para representar la unión familiar- y luces -que eran originalmente velas y que representaban la luce de Dios-, elementos que se han mantenido a lo largo del tiempo, aunque han ido evolucionado, tal y como se puede ver en la colección de adornos de El Corte Inglés. Así, a pesar del animo de innovación, seguimos abusando de estos símbolos para decorar. Por esta razón, nuestros abetos están llenos de estrellas -hasta de tela-, de bolas -ya sean rojas con lunares o de papel, o con forma de frutas- y de muñecos de nieves -como este cascabel-.