Por qué y desde cuándo las novias se visten de blanco

La Voz REDACCIÓN

TENDENCIAS

Explicamos la razón de ser del tono inmaculado ahora que las tendencias dan un giro de 180 grados, aferrándose a formas rompedoras, detalles de color y vestidos estampados

04 nov 2014 . Actualizado a las 18:50 h.

Angelina Jolie se enfundaba el pasado 23 de agosto, para darle el sí quiero a Brad Pitt, en un singular vestido de novia, coloreado por los propios hijos de la pareja, que desató por igual halagos y críticas. Dos meses antes, la novia de Eros Ramazzotti se plantaba en el altar con un diseño cuanto menos peculiar: un traje largo, claro, con las notas de algunas de las canciones más conocidas del artista italiano impresas sobre él. Y en mayo, la modelo Poppy Delevingne llegó al altar de su segundo enlace -la hermana de la it girl Cara Delevingne celebró dos veces su compromiso con James Cook, primero en Londres y tres días después, en Marruecos- en una Volkswagen de los 70 con un espectacular y bohemio diseño, con flores multicolores, ideado por Peter Dundas para Emilio Pucci.

La tendencia está clara: atuendos diferentes, alejados del tradicional vestido blanco inmaculado, palabra de honor y corte de sirena. No solo los largos crecen y menguan a su libre albedrío; la dictadura del color ha conseguido expandirse con un éxito envidiable en las últimas temporadas nupciales, impregnando con tonos empolvados diseños enteros, haciéndose presente en bordados -las bodas de inspiración mexicana se han convertido en el último grito- o adosándose en complementos vistosos, como coronas, apliques o parches.

Hace siglos los romanos instauraron la costumbre de utilizar el color blanco para vestirse en las celebraciones importantes. Entonces, las novias se comprometían con sus futuros maridos con túnicas níveas y coronas de flores para, más adelante, acompañar su indumentaria con mantones rojos. Pero la tendencia albina no se mantuvo constante y, desde entonces, atravesó altibajos que la relegaron a un segundo plano durante largas temporadas. En la Edad Media, las novias se casaban con trajes rojos con decoraciones doradas; en el Renacimiento, con diseños bordados con piedras preciosas, perlas y diamantes; y en el año 1700 empezaron a imponerse los colores pastel.

Fue la reina Victoria la que convirtió en tendencia de nuevo el blanco. El color se impregnó aquí de significado -la pureza, la virginidad-, se popularizó un poco más adelante, a partir del siglo XVI, y se consolidó, inamovible, como obligatorio en la tradición matrimonial. En el siglo XIX, en España las mujeres todavía se casaban de negro y no fue hasta la irrupción de la moda del siglo XX cuando recuperaron el tono más claro de todos.

En 1920, los vestidos de novia comenzaron a rebelarse. Las mujeres, liberadas, se atrevieron a enseñar sus piernas y el terciopelo blanco, y los detalles en zorro, se convirtieron en un recurso habitual en el diseño nupcial. En 1930, revivió el estilo victoriano, se recuperaron las mangas abullonadas y la inspiración lánguida para, a continuación, durante la guerra, sustituirse por el traje sastre. Los cincuenta fueron años de fantasía y lujo desenfrenado y los sesenta, de minifaldas, flores en el pelo y velos cortos. Finalmente, en la década de los noventa, las aguas volvieron a su cauce. La tradición levantó la voz y divas como Lady Di rescataron el diseño clásico y pomposo. Con el tiempo, el blanco fue permitiéndose algunas licencias y, hasta hace unos años, era habitual pasar por el altar en tonos champán, crema, hueso, perla o marfil.

Pero ahora algo se está moviendo en el sector textil nupcial y, sobre todo, en los caprichos de las novias. Las más románticas se empeñan en el rosa candy, con el tul como mejor amigo, el pelo o el encaje; las rebeldes se atreven con el negro más trasgresor; los flecos, en mantones de Manila que acompañan al vestido, se imponen como detalle folclórico y bohemio; y la estética mexicana se proclama como la gran vencedora de nuestro tiempo: vestidos románticos hasta el extremo, de algodón, con bordados y cinctas de colores intensos, rojos, azulones, naranjas, amarillos; enormes coronas de flores, hombros al descubierto y detalles en oro.

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¿Y cómo escoger el vestido adecuado para cada persona? ¿Cómo dar con el diseño perfecto? Los expertos en bodas de El Corte Inglés aconsejan, en primer lugar, guiarse por los gustos y las predilecciones personales, sin dejarse influenciar demasiado por madres, amigas o hermanas. Lo primero que hay que tener en cuenta es la fecha de la boda. La estación y la hora en que se celebra el evento marcará el corte del vestido, su textura y los complementos que lo escoltarán el gran día. Es importante también tener claro el estilo de la ceremonia: no será lo mismo escoger atuendo para una boda religiosa y tradicional que para un enlace civil, temático, rústico o informal. ¿Dónde se celebrará? ¿en el campo, en la playa, en una casona en pleno valle, en un restaurante cerrado?

La comodidad debe primar sobre todas las cosas y estar equilibrada diestramente con el factor estético. Los corsés no pueden apretar demasiado, los zapatos tienen que ser cómodos y el palabra de honor debe estar bien ajustado al escote. No hay efecto peor que una novia que está sufriendo por el dolor de pies, que se coloca cada dos por tres el corpiño o que ni siquiera es capaz de moverse. Además, es imprescindible ser fiel al estilo propio, no arriesgar con apuestas demasiado estrafalarias si la novia suele ser más bien discreta o, por el contrario, no contentarse con lo sobrio y lo aburrido si en su personalidad prima el atrevimiento. Frente al altar, la novia deberá ser solo la mejor versión de sí misma.