El Macondo de cine que nació en Japón y fue a Cannes

JOSÉ LUIS LOSA

TENDENCIAS

Los principales medios de Madrid negaron obcecadamente el pasado fin de semana la existencia de una versión cinematográfica aluna de «Cien años de soledad» cuando, dirigida en 1984 por Shuji Teravama no solo se filmó, sino que concursó en Cannes

28 abr 2014 . Actualizado a las 15:16 h.

Creo que, en correspondencia a la génesis periodística de Gabriel García Márquez, no estaría mal comenzar por dar fe de un lapsus no menor cometido por algunos de los principales diarios de Madrid el pasado fin de semana. Algunas cabeceras dedicaban páginas especiales a la relación del Nobel con el cine. Y en ambas se negaba, de modo explícito, la existencia de versión cinematográfica alguna de su obra más universal, Cien años de soledad. Se llegaba a decir en estos artículos que García Márquez se había negado obsesivamente a ceder los derechos por considerarla irrepresentable. Debe de tratarse de una amnesia lamentablemente contagiosa, porque en 1984 el realizador japonés Shûji Terayama dirigió Saraba Hakobune, adaptación reconocida de la novela. Por ella cobró el a la sazón Nobel reciente sus buenos royaltíes. Y no solo eso. La película, una traslación al medio rural japonés del realismo mágico de Macondo, estuvo a concurso ese mismo año nada menos que en Cannes. Se ve que tanto tráfico de realismo mágico acarrea escapismos de la memoria que algunos deberían hacerse mirar.

No voy a insistir en el malo o pésimo maridaje de las obras de Gabo con la pantalla. No cabe hablar de mala fortuna, porque buena culpa de esos fiascos la tuvo el propio escritor, sobre todo a raíz de alcanzar en 1982 el Nobel. Y es que existe en su relación con el cine un antes y un después del premio bien demarcados.

El joven García Marquez que ha sido el primer crítico de cine de Colombia, que ha filmado un corto experimental en 1954, llamado La langosta azul, se instala en México en 1961. Y de su amistad con Buñuel, Luis Alcoriza, Carlos Fuentes o Juan Rulfo surgen colaboraciones cinematográficas de interés notorio como la adaptación de El gallo de oro (1964).Y una rareza como En este pueblo no hay ladrones, sobre un relato de Gabo, y en la que Buñuel, Alcoriza, Fuentes, Carlos Monsivais o el propio García Márquez, en el papel de taquilero de un cine, intervienen como actores.

Y también de ese tiempo en México es la relevante toma de contacto del colombiano con Arturo Ripstein. Para él trabajará como guionista en el debut de Ripstein, Tiempo de violencia, y también en el siguiente film del mexicano, HO, un enredo entre el sainete y el cine negro rodado en Río de Janeiro. Viajando en el tiempo, hasta 1999, Ripstein será el único que filme algo remotamente asimilable a Macondo en la académica y salvable El coronel no tiene quien le escriba.

Entremedias, solo el brasileño Ruy Guerra (Eréndira, Fábula de la bella paloma y O veneno da madrugada, versión de La mala hora), el mexicano Jaime Humberto Hermosillo (María de mi corazón, El verano de la señora Forbes) y el gran Gutiérrez Alea (Cartas del parque) aportan sensibilidad a guiones o cuentos de García Márquez. Y curiosa y surreal comme il faut es Un señor muy viejo con unas alas enormes, del argentino Fernando Birri.

El márketing transformó a Gabo en una Danielle Steel neocolonial

Luego, ya lo saben, llegó el márketing que llevó a que muchos confundiesen a Gabo con una Danielle Steel neocolonial. Y él que cobró y se dejó abrasar. De ese pudridero del mercado indecoroso salen coproducciones internacionales de repartos imposibles como la Crónica de una muerte anunciada del otrora grandioso Francesco Rossi, y que interpretaban Rupert Everett, Ornella Muti, Irene Papas, Gian María Volonté y ¡Anthony Delon¡; o la directamente insultante El amor en los tiempos del cólera (Mike Newell, 2007) -disponible en El Corte Inglés- o de cómo el escritor toleró que se llevara a la imbecilidad la que él mismo consideró su mejor texto; también el engendro folletinesco Del amor y otros demonios (Hilda Hidalgo, 2009) y la polución de senectud nocturna Memoria de mis putas tristes, que dirigió un danés casi nonagenario Henning Carlsen, a la sombra de las muchachas en flor por exigencias del guión.

Queda, para ser justos y completar el cuadro, el Gabo mecenas del cine altermundista que, en una madrugada interminable, diseña con Fidel Castro en su casa del reparto de Cubanacán, lo que fue en 1986 la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, donde se han formado de modo fehaciente generaciones de jóvenes latinoamericanos, muchos españoles, africanos o asiáticos, y por donde pasaron Redford, De Niro, o Costa-Gavras.

Y Gabo fue a Cannes

Queda el García Márquez jurado en Cannes, en 1982, cuando consigue que la Palma de Oro se otorgue a Missing y, de esa forma, oficializa a nivel popular el papel de los Estados Unidos en la Operación Cóndor. Es ese Gabo generador de enlaces entre amigos, que sale en ese 1982 de Cannes fraternalmente unido a Jack Lemmon.

Y es el que reaparece con Jack Lemmon en el festival de La Habana, en donde el actor soltó aquella célebre frase-grafitti para la historia: «Los artistas somos liberales, lo quieran o no Reagan o Dios». Y luego recibió Jack Lemmon un premio de brazos del escritor. Y ambos se miraron más tarde, alucinados, cuando subió al escenario Fidel y en una arenga de cien minutos y cinco de propina se arrancó con aquello de que «el cine del imperio era basura y ahora habían puesto de moda a un héroe llamado Fantomas» (sic). Supermán, se quería referir a Superman. Y asi lo publicó el Granma, al día siguiente, convenientemente corregido.