Pedro Alonso: «Siento que me acaba de tocar la lotería, como con el Padre Casares»

Beatriz Pallas REDACCIÓN / LA VOZ

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«Berlín tiene mucho peligro», afirma el actor gallego sobre el personaje que interpreta en «La casa de papel»

30 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Asaltar la Fábrica de Moneda y Timbre. Un enigmático profesor planea llevar a cabo el mayor atraco de la historia y recluta a una banda de ocho personas sin nada que perder. 2.400 millones de euros están en juego. A ese género de secuestros y rehenes tan recorrido por el cine se adscribe La casa de papel, la serie que Antena 3 estrena el próximo martes 2 y en la que el actor gallego Pedro Alonso (Padre Casares, Gran Hotel, Bajo sospecha, La embajada) es miembro de un reparto donde figuran también Úrsula Corberó, Paco Tous y Alba Flores, entre otros. 

-Advierten las promociones que «La casa de papel» será una serie poco corriente. ¿Qué cree que la hace diferente?

-Acabo de ver el primer capítulo y, por la experiencia profesional que tengo, hay raras ocasiones en las que la reacción al visionado es tan unánime. Estoy sorprendido, porque veo que estamos haciendo una serie de una envergadura muy ambiciosa y técnicamente muy sofisticada. Pero luego uno nunca sabe si eso va a ser muy aparente y no va a tener corazón. Al verlo me he dado cuenta de que aquí, al minuto diez ya estás con los personajes. Empieza de una forma arrolladora y muy poderosa, pero, además de eso, tiene mucho corazón. Tiene un romanticismo como las historias de Robin Hood, pero no es una serie buenista. Cualquier personaje puede ser veinte mil cosas diferentes. Esta serie es una oportunidad de oro. Están pasando cosas en el audiovisual que no pensaba que iba a vivir. Tengo la convicción de que esta producción se va a ver en muchísimos países y va a dar la vuelta al mundo, porque está muy bien hecha y tiene mucho gancho.

-¿Quién es Berlín, su personaje?

-Mi cromo de salida es que soy el antagonista, el villano. El jefe de los bandidos dentro del secuestro. El capitán de la banda dentro de la intervención. Luego hay un profesor, que es el que ha ideado todo el tinglado y establece una partida de ajedrez con la policía, pero yo soy el que corta el bacalao dentro de la Fábrica e Moneda y Timbre, que es lo que secuestramos para llevarnos 2.400 millones de euros, millón arriba, millón abajo. Es un tipo que es una especie de chamán, que tiene una capacidad de lectura de la especie humana muy poderosa. Y como estamos hablando de un secuestro y un encierro, es un momento en el que la naturaleza humana se revela como lo que es realmente, no como lo que quiere ser. Y él sabe de qué va eso. Tiene mucho peligro, pero es un personaje con muchas posibilidades de desarrollo y esto como actor es un regalo. A mí me genera algo como lo que me generó el Padre Casares en su momento, un regalo maravilloso en el sientes que te acaba de tocar la lotería.

-¿Cree que tendrá la misma repercusión en su género?

-El Padre Casares no dejó de darme alegrías y me las sigue dando. Y Berlín es de esos personajes que marcan.

-Representan el bien y el mal.

-No mido los personajes en términos de bueno o malo. Soy un tipo de actor al que le gusta jugar a la contra y Berlín es seguramente uno de los personajes con más riqueza que he tenido, con más imprevisibilidad, con más aristas. Es un míster carisma de la vida, un personaje que hace cosas que normalmente uno no se permite, de modo que como actor es una mina de oro fuera de la zona de control. Lo que te pase con él es una experiencia extraordinaria. Te permite jugar en cada toma sin saber bien qué es lo que va a pasar.

-¿Es «La casa de papel» una serie de acción?

-Es entretenimiento a la europea, es una serie de atracos, es como una película de Tarantino. Hay algo de Besson, de ese cine sin prejuicios. Aquí hay mucho aparato en cuanto a acción, pero es sobre todo una serie de personajes.

-Y la narración es casi en tiempo real.

-Sí, es una de sus particularidades. De hecho hasta el capítulo 9 solo transcurren sesenta horas y el atraco en principio se desarrolla en doce días. Sí que hay un sentido del transcurso real y eso le da una fuerza alucinante.