La Pangea eurovisiva

Beatriz Pallas ENCADENADOS

TELEVISIÓN

15 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Ni brexit ni grexit. Por mucho que la Europa económica viva bajo la amenaza de las fuerzas centrífugas, Eurovisión resiste y permanece cohesionada. El festival está saliendo de manera sorprendente de una travesía de varios años de decadencia que lo borraron de los gustos e incluso de la memoria de algunos. Ha habido quienes descubrieron recientemente que el concurso seguía existiendo cuando la polémica por la prohibición de la ikurriña hizo que se hablara de él en los bloques de noticias serias.

No sabían que ahora estamos en otra tendencia. Eurovisión está anexionando nuevos territorios sin detenerse en los postulados geográficos de Ptolomeo o en océanos interpuestos. Sin hay que aceptar Australia como país europeo, se acepta, que por algo llevan años madrugando en domingo para jalear a nuestros abanderados.

La audiencia millonaria se incrementó este año con las primeras emisiones en China y Estados Unidos. Tuvieron suerte los recién llegados de que el anfitrión fuera Suecia. Es lo que se dice entrar por la puerta grande. Si el país nórdico se ha convertido en un referente y alberga tantos triunfos en sus vitrinas es porque, como quedó claro en su sentido del espectáculo, se toma muy en serio una cita anual que o se ama o se odia. Eurovisión va camino de construir una Pangea audiovisual y musical, como unos juegos olímpicos de la canción o una Superbowl sin deporte, con todo lo que un concurso de talentos jamás podría soñar.