«¿Qué diferencia hay entre ver ''Gran Hermano'' y leer a Proust?»

Enrique Clemente Navarro
Enrique Clemente LA VOZ | MADRID

TELEVISIÓN

Entrevista | Donald Sassoon En su nuevo libro, Sassoon escribe una monumental historia de la cultura europea entendida como negocio, en la que pone al mismo nivel a Dickens y la Play Station

25 oct 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

«Hoy cualquier persona, aunque sea pobre, consume más cultura que el príncipe más rico de hace 200 años», asegura Donald Sassoon, profesor de Historia europea comparada en la Universidad Queen Mary de Londres. Este experto acomete en las 1.600 páginas de Cultura (Crítica) la hercúlea tarea de analizar la historia de los productos culturales europeos desde el año 1800 a la actualidad. Sassoon rompe un tabú: «La televisión fue el gran producto cultural del siglo XX e Internet y los videojuegos lo serán del XXI». -¿De qué trata su libro? -De la cultura entendida como negocio, como bien de consumo, de la cultura en su sentido comercial y de mercado. De cómo es vendida y consumida la cultura de masas, es decir la música, el teatro, el cine, los libros, la prensa, la radio o los cómics. La cultura de los europeos no sólo es la que producen sino también la que consumen. Por eso, considero la cultura norteamericana parte de ella. -¿Subestimamos los europeos la cultura norteamericana? -No. Los europeos creen que es mejor la norteamericana, por eso la compran. Son las élites europeas las que creen que es mejor la suya. -Usted pone en el mismo nivel de análisis a Tintín y a Madame Bovary. -Yo amo a Tintín y a Madame Bovary. Se puede disfrutar de ambos porque estimulan nuestra imaginación y nos ayudan a descubrir nuevos horizontes. Yo descubrí China y Latinoamérica cuando leí a Tintín con seis años. -¿Pero la extensión de la cultura hasta hacerse de masas no conlleva el peligro de rebajar el nivel? -Yo intento no hacer juicios de valor, porque es muy difícil saber cuáles son los estímulos que hacen consumir a la gente. Incluso los programas que yo considero estúpidos nos ayudan a comprender aspectos de la sociedad. De las telenovelas aprendemos cómo se comporta la gente. -¿Para usted valen tanto Proust o Dickens como «Gran Hermano» o la Play Station? -¿Qué diferencia hay entre lo que hacen los espectadores cuando ven Gran Hermano y lo que hago yo cuando leo a Proust? Pasamos el tiempo. Los productos culturales nos ayudan a pasar el tiempo. La cultura es, sobre todo, fuente de placer. -¿Estamos condenados a una cultura pobre? -No, dado que las élites son cada vez más numerosas los productos de calidad pueden funcionar. Si un filme de Almodóvar lo viera un 1% de la humanidad sería un número de espectadores altísimo. Además, ahora, con Internet ya no sólo pueden ver sus películas los estadounidenses de Nueva York y otras grandes ciudades de EE.?UU., sino también los de Iowa, donde antes era imposible. -¿Por qué se ha difundido tanto la cultura y el modo de vida estadounidenses hasta formar parte de Europa? -No sólo hay una razón, sino una larga lista: tienen un gran mercado, un idioma internacional y un Estado que protege sus productos. Pero hay algo muy importante, que su cultura no es original, sino el fruto de adaptar otras culturas, reciclarlas y convertirlas en una nueva cultura mundial. La industria cultural americana, que supo vender a su país sus productos desde los años veinte a un público compuesto por judíos, polacos, irlandeses o italianos, lo hace ahora en el resto del mundo. -¿Esa mezcla de culturas es el signo distintivo de la cultura de EE.UU.? -En el libro pongo como ejemplo de lo difícil que es especificar la nacionalidad de un producto cultural, la película Casablanca. El director, Michael Curtiz, era húngaro, el autor de la música, Max Steiner, vienés; Ingrid Bergman, sueca; Peter Lorre, eslovaco. Los dos únicos actores americanos eran Bogart y Sam, el pianista.